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Los peligros de la riguperación

Jueves 8 de julio de 2010 - Agenda Global - Nº 157

Roberto Bissio

El ministro de Presupuesto francés, François Baroin, comunicó el 6 de julio a los parlamentarios recortes por valor de 100.000 millones de euros en los gastos de su gobierno durante los próximos tres años. El paquete de medidas inevitablemente generará desempleo, pérdida de beneficios sociales para los más pobres, deterioro de los servicios públicos y mayores impuestos. Sin embargo, la ministra de Economía, Christine Lagarde, se negó a utilizar el término “rigor” que está en boca de todos los políticos.

Lagarde, quien inició su carrera como abogada de grandes empresas, aseguró que no habría contradicción entre el rigor fiscal y la recuperación económica y para describir su política acuñó el neologismo “riguperación” (rilance, en el original, fusionando rigueur con relance), a la que definió como “un equilibrio sutil entre las medidas de responsabilidad en una situación excepcionalmente difícil”.

Este delicado balance no es fácil. El presidente Nicolas Sarkozy ha dado muestras de rigor al despedir en los últimos días a dos miembros de su gabinete, Alain Joyandet y Christian Blanc, por haber gastado el primero 150.000 dólares en alquilar un avión para llevar ayuda a Haití y el segundo 15.000 en habanos. Pero esta imagen de rigor se desdibuja cuando la prensa publica que el sueldo de Sarkozy aumentó cincuenta por ciento o que su nuevo avión personal costará doscientos millones de dólares.

El rigor fiscal siempre acarrea un “riesgo político”. Las medidas restrictivas del gasto público pueden no ser viables si la ciudadanía las considera abusivas o con un reparto inequitativo de los sacrificios. Así, en España la opinión pública aceptó con relativa calma el recorte de cinco por ciento de los sueldos de los funcionarios –que subió al quince por ciento en el caso de miembros del gabinete socialista–, pero Madrid fue paralizada cuando el gobierno derechista de la capital intentó extender ese recorte a los trabajadores del metro privatizado. En Francia los recortes al gasto pueden fracasar si no se diluye el escándalo de la exoneración de impuestos que benefició a Liliane Bettencourt, la mujer más rica del país, heredera de la fortuna de la casa L’Oréal, a cambio de apoyos financieros no declarados a las campañas electorales oficialistas.

Exonerar a los ricos de impuestos era la forma preferida de estimular la economía del gobierno de George W. Bush en Estados Unidos, ya que en teoría –nunca corroborada en la práctica– estos dineros serían invertidos en nuevos emprendimientos. La administración de Barack Obama prefiere, en cambio, promover la recuperación aumentando el gasto del gobierno. Así como su predecesor Franklin D. Roosevelt combatió la gran depresión de los años treinta construyendo carreteras, Obama quiere construir las supercarreteras informáticas, asegurando acceso de banda ancha a Internet a todos los hogares del país. Si bien se supone que a los parlamentarios siempre les gusta aprobar mayores gastos, en Estados Unidos el “riesgo político” es el inverso: el temor al déficit gubernamental atiza un creciente activismo de derecha y los legisladores republicanos, aunque en minoría, podrían bloquear los endeudamientos necesarios para aumentar el gasto público.

Durante la reunión en Toronto del Grupo de los 20 (G-20), las mayores economías del mundo, la “riguperación” quedó consagrada en el comunicado final, que promete “implementar medidas creíbles, apropiadamente escalonadas y planes de promoción del crecimiento para lograr sustentabilidad fiscal diferenciados y hechos a medida de las circunstancias nacionales”. Lo que, traducido, quiere decir que cada quien hará lo que quiera y que tanto gastar más como el rigor fiscal son bienvenidos, según las circunstancias.

Obama, Lula, Hu Jintao y Cristina Kirchner se alinearon del lado de la recuperación, mientras que Angela Merkel, Sarkozy y el anfitrión, Stephen Harper, defendieron el rigor.

Este alineamiento no es fácil de explicar. No se trata de una división Norte-Sur, ni Este-Oeste, ni tampoco de género, ya que las dos mujeres del G-20 se alinearon en campos opuestos. Ni siquiera obedece, al parecer, a las distintas circunstancias nacionales a las que alude el comunicado final, puesto que Alemania, China y Brasil tienen en común el ser países superavitarios en su comercio y acreedores netos de Estados Unidos.

La diferencia de posiciones se explicaría por las distintas lecturas de la experiencia histórica de los años treinta. Las políticas de “recuperación” que en Washington se identifican con el New Deal, que convirtió a Roosevelt en el presidente más popular del siglo XX, en Berlín recuerdan los desenfrenos gastadores de la República de Weimar que produjeron hiperinflación y, como consecuencia, la emergencia del nazismo.

La imposición de rigor fiscal en momentos de recesión es vista como la práctica medieval de sangrar a un paciente débil por el premio Nobel de Economía Paul Krugman, para quien “la austeridad alemana agravará la crisis en la zona del euro, haciendo más difícil la recuperación de economías en dificultades como la española”. La “única” motivación del rigor alemán, según Krugman, es “demostrar su fuerza imponiendo sufrimientos”, agitando un estereotipo de sadismo germano. Sin embargo, él mismo señala que la debilidad del euro produce el efecto “perverso” de ayudar a Alemania a exportar más… y con ello “exporta las consecuencias al resto del mundo, incluido Estados Unidos”.

El verdadero misterio es, sin embargo, por qué China no imita la estrategia alemana y en vez de devaluar fortalece su moneda y se alinea con Washington del lado del gasto.

La diferencia es demográfica. Mientras que la población alemana no crece y envejece, China tiene que generar empleo para diez millones de nuevos trabajadores cada año. Beijing no puede “exportar” sus trabajadores ni tampoco continuar exportando el fruto de su trabajo a un Occidente en recesión. Su única salida es crecer “hacia adentro”, mejorar el nivel de vida de su gente y disminuir su dependencia de la demanda externa.

Mientras tanto –y nadie sabe cuánto tiempo será necesario para esa transición–, China le seguirá fiando a Estados Unidos porque no puede permitirse el lujo de perder a su mayor cliente.

Un equilibrio tan delicado tal vez merezca el nombre tan malsonante de “riguperación”.


Publicado: Jueves 8 de julio de 2010 - Agenda Global - Nº 157

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