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Mea culpa

Viernes 8 de octubre de 2010 - Agenda Global - Nº 170

Roberto Bissio

La asamblea anual de gobernadores del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial en la primera semana de octubre es tradicionalmente una buena ocasión para congregar a manifestantes contra el sistema y escuchar todo tipo de críticas contra estas instituciones hermanas creadas en Bretton Woods a finales de la Segunda Guerra Mundial.

“No podemos esperar que el crecimiento económico por sí solo genere automáticamente los empleos que hacen falta. La creación de empleo debe ser la prioridad de todas las políticas y el sistema financiero debe estar al servicio de la economía real”, sostienen unos, criticando las políticas exclusivamente centradas en lograr metas macroeconómicas a costa de los trabajadores.

“Desde antes de la crisis se cuestionaba el paradigma hegemónico y había una noción de que la economía del desarrollo necesitaba ser repensada. La crisis no ha hecho más que volver urgente esta necesidad”, argumentan otros.

Nada nuevo, en realidad, a menos que se anote quiénes son los autores de estas críticas contundentes al llamado “Consenso de Washington”, que hace más de dos décadas inspira a (o se impone sobre) los ministros de Finanzas que por un par de días asumen en la capital de Estados Unidos su rol de “gobernadores” del Banco Mundial y el FMI.

La primera cita es de Dominique Strauss-Kahn, máxima autoridad del FMI, la segunda de Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial.

Strauss-Kahn habló en Oslo el 13 de setiembre sobre cómo “las reglas del juego han cambiado, la economía global después de la crisis no es la misma que antes y, por lo tanto, tenemos que pensar distinto”.

Zoellick habló en la Universidad de Georgetown, el 29 de ese mes, sobre cómo “la economía no siempre tiene razón, e incluso puede equivocarse espectacularmente, como vimos en la reciente crisis cuando malas ideas llevaron a malos resultados por los cuales todavía estamos pagando”.

Así, en vísperas de la asamblea de este fin de semana, los líderes de ambas instituciones se adelantan a sus críticos con un formidable mea culpa.

“La gran recesión ha dejado tras de sí un desierto de desempleo que amenaza el sustento, la dignidad y la seguridad de millones en el mundo”, abundó Strauss-Kahn. Refiriéndose en particular a los jóvenes, dijo: “No podemos subestimar la perspectiva asustadora de una generación perdida, desconectada del mercado de trabajo y con gradual pérdida de habilidades y motivación”.

Zoellick, por su parte, reconoce que “la crisis económica llevó a la mayor caída en el comercio mundial en los últimos sesenta años” y como “muchos países en desarrollo han hecho de la integración global un componente clave de su estrategia, alentados en parte por el Banco Mundial”, se pregunta si “puede seguir dando resultados el modelo de crecimiento basado en las exportaciones”.

Zoellick, nombrado para el cargo por el presidente George W. Bush en sustitución del ultraconservador Paul Wolfowitz, quien renunció por un escándalo, recordó a su auditorio “yo no soy economista” y se manifestó “preocupado al observar cómo la economía se transformó de economía política en teoría pura”.

Si bien hablaba a los estudiantes, sus palabras no pueden haber pasado desapercibidas para los más de tres mil economistas de los que es jefe y a quienes criticó porque “no comienzan sus investigaciones a partir de las necesidades de conocimiento de quienes hacen el desarrollo en la práctica, sino que buscan aquellas preguntas a las que pueden contestar con las herramientas de moda”.

Para el Banco Mundial, la gran pregunta es cómo incorporar en el debate las voces de los países en desarrollo, cuyas economías superarán, en conjunto, a las de los países desarrollados en 2015. Para el FMI, el debate es entre la creación de empleos a la que aspira Strauss- Kahn y los cortes presupuestales que recomiendan sus economistas a los países en dificultades ocasionadas por la crisis… a riesgo de engendrar un círculo vicioso global en el que reducciones de salarios y beneficios sociales generen mayor contracción económica, menos impuestos y, por lo tanto, mayor déficit y nuevos cortes. No es un tema menor.

En países de bajos ingresos, esto es un tema “de vida o muerte”, afirma Strauss-Kahn. “Podremos ver inestabilidad, deterioro de la democracia e incluso guerra”.

El Informe de Desarrollo Mundial, la publicación más importante del Banco Mundial, tiene como tema este año precisamente “Conflictos, Seguridad y Desarrollo”. El asunto es tan delicado que, en un gesto sin precedentes, Zoellick, al día siguiente de su conferencia en Georgetown, decidió rechazar los borradores y mandar el informe de vuelta a los editores, con la recomendación de que la volvieran “menos académica y más relevante para los políticos”, aunque eso signifique retrasar la publicación por lo menos seis meses.

Al comenzar la segunda década del siglo hay unas dos decenas de “estados frágiles”, en situación de guerra o saliendo de ella, en el mundo. En ellos se concentra la mayor parte de la ayuda internacional, de la cual el Banco Mundial es el mayor instrumento de ejecución, y también –de Afganistán a Haití, pasando por el Congo o Sudán– la mayor parte de las tropas destacadas en el exterior, muchas veces por los mismos países donantes.

Si el informe debe ir más allá de las generalidades que pueden ofrecer los académicos y ser útil a los políticos, ¿cómo se decidirá cuáles políticas recomendar, cuando es obvio que en esos temas no hay consenso en las Naciones Unidas? ¿Quién tendrá la última palabra? ¿El presidente del Banco Mundial? ¿La junta dominada por un puñado de países industrializados? ¿Los gobernadores, mayoritariamente provenientes de países pobres?

El economista de Harvard Dani Rodrik, quien elude los etiquetados de neoliberal o heterodoxo y es respetado por ambos bandos, señaló con precisión que la charla de Zoellick le había causado “buena impresión” pero notó que en ningún momento éste había mencionado la organización interna del Banco Mundial o su sistema de toma de decisiones. “Sin cambios organizativos, la mayor parte de la investigación del Banco Mundial seguirá haciéndose en Washington por parte de economistas de los países industrializados”, tal como hasta ahora.

Las máximas autoridades de las instituciones de Bretton Woods han destapado una olla con sus autocríticas. Este fin de semana los gritos tal vez no provengan de las manifestaciones en la esquina de las calles H y 19 de Washington, sino de dentro del local de reuniones.


Publicado: Viernes 8 de octubre de 2010 - Agenda Global - Nº 170

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