Archivo RTM
TWN Africa
TWN
Acerca de la Red

Un dilema entre la verdad o la violencia

Jueves 07 de julio de 2011 - 26 Año 2011

Elizabeth Peredo Beltrán*

El planeta está cambiando dramáticamente de manera “no natural”. Ya no es el mismo que hace pocas décadas y su capacidad de cobijarnos también ha cambiado. En una enorme medida los cambios en la habitabilidad del planeta se han producido por la intervención de la civilización humana, que particularmente durante el último siglo ha devastado la biósfera y la atmósfera eliminando miles de especies naturales, agotando los elementos de la vida en el planeta -incluidos el agua y el aire- y poniendo en peligro no solamente la vida de millones de especies sino la propia vida de la gente.

Los científicos afirman que la intervención humana en los cambios del planeta ha alcanzado una magnitud mayor a cualquier desastre natural producido por las propias fuerzas de la naturaleza. Un Estudio del Programa Internacional Geosfera-Biosfera (IGBP) del 2004 titulado El Cambio Global y el Sistema de la Tierra: un Planeta bajo Presión”, dice: “Hasta hace muy poco en la historia de la Tierra, los seres humanos y sus actividades han sido una fuerza insignificante en la dinámica del Sistema de la Tierra. (Pero hoy) La actividad humana iguala o supera a la naturaleza en varios ciclos biogeoquímicos. El alcance de los impactos es global, ya sea a través de los flujos de los ciclos de la tierra o de los cambios acumulativos en sus estados. La velocidad de estos cambios está en el orden de décadas a siglos y no de siglos a milenios en referencia al ritmo de cambio comparable en la dinámica natural del Sistema de la Tierra”.

Pero cuando hablamos de la “intervención humana” en general, pareciera que somos todos los que afectamos el planeta y esa visión estaría más cerca de una posición “neomalthusiana”, que explica esta problemática a partir del crecimiento de la población como determinante de la crisis global, olvidando mencionar las causas estructurales de la crisis, el modelo de producción y las formas de distribución de los bienes en el mundo que es totalmente desequilibrada e inequitativa y que, sin duda alguna, son las élites de Norte y del Sur quienes ejercen mayor presión en la devastación. Se olvida también que existen miles de culturas, miles de pueblos y millones de prácticas en el mundo que se contraponen a una visión depredadora, resguardando la vigencia y la memoria de prácticas sustentables basadas en el respeto de la diversidad biológica y ecológica, quizá con una potencialidad inimaginable para restaurar los equilibrios necesarios.

Los últimos sesenta años han sido, no sólo por confirmación empírica sino científica, los de “más rápida transformación de la relación humana con el mundo natural en la historia de la humanidad” con efectos tales como:

• Alteración dramática de la costa y el hábitat marino.

• Incremento significativo de las tasas de extinción de las especies terrestres y marinas.

• Mayor concentración de nitrógeno y metano en la atmósfera.

• Importantes pérdidas de la capa de ozono.

• Incremento inusual de la temperatura.

• Mayores frecuencias de grandes inundaciones y desastres naturales.

• Pérdidas significativas de bosques tropicales.

El cambio climático es quizá una de las crisis más emblemáticas de esta devastación, pues incluye en sus conexiones todas aquellas razones estructurales que han llevado al planeta y a la humanidad a límites tanáticos.

Lo inaudito es que hay quienes ahora promueven el escepticismo, acusando a las voces que vienen alertando desde la comunidad científica sobre esta situación casi de “terroristas”. No es casual, por ejemplo, que el ultraconservador movimiento del “Tea Party” en Estados Unidos haya promovido no solamente los recortes de los aportes económicos de este país al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (PICC) y al Consejo Económico y Social (ECOSOC) de las Naciones Unidas, sino que busca incluso una investigación a aquellos científicos que desde su país hayan estado difundiendo la idea de que la humanidad “está en peligro” por considerarla subversiva.

El oscurantismo es parte también de estos escenarios de cambios globales y urgencias de transformación.

La crisis global es multidimensional y tiene una relación directa con los modelos económicos, los sistemas de producción, las inequidades en las relaciones humanas y, particularmente, con los modelos y las matrices energéticas que responden de manera indiscriminada a las necesidades humanas, muchas de ellas creadas y dibujadas por la lógica del mercado y del sobreconsumo. El uso de la energía fósil, del carbón y de las supuestas alternativas energéticas, como la energía nuclear y los agrocombustibles, se van constituyendo en los hoyos negros por los que la humanidad se podría despeñar.

Esta crisis nos lleva a cuestionar al capitalismo y al desarrollismo que se vio igualmente expresado en los modelos socialistas de principios del siglo pasado. En una dimensión temporal, también nos lleva a mirar el colonialismo europeo que se impuso en el mundo hace cinco siglos y que permanece como el origen de una lógica de ocupación de territorios, de explotación inclemente de la naturaleza y, al mismo tiempo, de una usurpación sistemática de la sabiduría de los pueblos para hacerla funcional a su monstruo devorador y alienante.

Estos sistemas no sólo son estructurales, económicos y productivos, sino que encuentran en los valores y la cultura sus mayores anclajes. Son sistemas de dominación culturales. Probablemente por ello pocas veces se escucha “las voces de la naturaleza”, incluidas las que vienen del propio cuerpo. El sistema y aquello que se denomina la “naturaleza humana” ha llevado también a que la memoria colectiva se haya vuelto algo así como una entidad mutante. Existen cientos, si no miles, de hechos que delatan esta crisis en el planeta, todas ellas nos afectan, nos conmueven, nos llegan a la médula, hasta nos hacen llorar… Pero las olvidamos, las trasladamos a los territorios del olvido colectivo y convivimos con la violencia, la injusticia, la muerte y la devastación.

¿Cómo cambiar un paradigma de vida dominante en el planeta apoyado no sólo en el sobreconsumo y la codicia de un vivir mejor a costa del dolor ajeno, sino también en una creciente tolerancia cultural a la devastación?

* Directora ejecutiva de la Fundación Solón, Bolivia.
Esta es la primera parte del artículo “El síndrome de Fukushima: un dilema entre la verdad o la violencia”, publicado en la edición boliviana de Agenda Global el 26 de junio de 2011, que circula con el periódico Cambio.


Publicado: Jueves 07 de julio de 2011 - 26 Año 2011

1 comentario

  1. Ricardo Lasso Herrera
    -

    Mejor se daña, estoy completamente de acuerdo, veré como corrijo mis malos hábitos para mejorar a futuro

Envíe su comentario

Login


Contact Form Powered By : XYZScripts.com