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Pérdidas y daños

20 de diciembre de 2013 - No. 145 - Año 2013

Mónica López Baltodano

Siempre que hablamos de cambio climático, instintivamente lo asociamos con problemas que enfrentaremos en el futuro o que padece alguien más. Pensamos que en un siglo se derretirán los glaciares y morirán los bonitos osos polares, o que el calor será más intenso, o que podrían haber más tormentas.

A pesar del conocimiento científico disponible y todos los esfuerzos que múltiples organizaciones realizan para darle relevancia pública a esta problemática, aún nos cuesta –política, moral e ideológicamente- enfrentar las múltiples preguntas que la crisis climática nos impone: ¿Qué haremos con los ciudadanos de los pequeños estados insulares una vez que pierdan sus fuentes de agua dulce o sus tierras queden sumergidas en el mar? ¿Qué haremos con los miles de migrantes climáticos que se verán forzados a dejar sus hogares convertidos en zonas peligrosas o inhabitables? ¿Qué haremos si se ve drásticamente reducida la productividad de nuestras principales fuentes de alimentos? ¿Qué haremos frente a la pérdida progresiva de nuestra biodiversidad y el desajuste de los balances ambientales?

Quizás lo más complejo de todo es aceptar que todas estas preguntas deben ser respondidas en el presente, y de forma colectiva, por la humanidad. Entender, como ciudadanos del planeta, que se trata de problemas actuales que irán agravándose en el futuro.

Centenares de evidencias se acumulan periódicamente en la prensa y las redes sociales, ratificando la crisis climática global. Ya no es novedad leer que un “fenómeno climático nunca antes visto” o “sin precedentes históricos” causó cientos de muertes y graves destrozos. Basta con releer las noticias del súper tifón Haiyan en Filipinas. Y sin embargo, la política global no cambia.

Sabemos, con pesar, que veinte años de negociaciones en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático no han producido un acuerdo significativo en materia de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, formalmente denominada “mitigación”. El peso del poder corporativo y de los gobiernos que anclan su desarrollo en la contaminación sigue imponiéndose.

Recuerdo haber visto un video que sugería mayor coherencia al bautizar los tifones y huracanes. Ponerles mejor el nombre de los políticos que no hicieron nada para enfrentar el cambio climático. O ponerles el nombre de los dueños de las grandes corporaciones, multimillonarios que se enriquecen a costa de industrias sucias y contaminantes. Quizás tengan razón.

La inexistencia de compromisos serios de mitigación y la carencia del flujo de recursos financieros para la adaptación, el desarrollo de capacidades y la transferencia de tecnología han ampliado la frontera de las pérdidas y daños ocasionados por el cambio climático. Quisiera no ser pesimista, pero el futuro no es alentador.

Es esta incomprensible irresponsabilidad global la que ha forzado a las negociaciones sobre “pérdidas y daños asociados a cambio climático” en las Naciones Unidas. Por ello, la primera gran batalla en la Conferencia de Varsovia (COP 19, noviembre de 2013) era lograr un reconocimiento público global de los impactos que ya están ocurriendo por fenómenos de extrema intensidad o de lento-desarrollo a los cuales simplemente no podremos adaptarnos.

Finalmente, y gracias a la presión pública, en la COP 19 se creó un Mecanismo Internacional de Varsovia sobre Pérdidas y Daños asociados a los impactos del cambio climático, subordinado al Marco de Adaptación de Cancún, que será revisado en 2016. Como resultado de ello, se prevé que habrá más reuniones, más esfuerzos de articulación institucional y más trabajo técnico, pero nada de ello tendrá aún un impacto directo en las comunidades más pobres y vulnerables.

Al menos en Varsovia se logró que el tema no fuera enterrado vivo y que tuviera al menos un espacio de negociación bajo la responsabilidad de un nuevo Comité Ejecutivo. Pero también es cierto que la insensatez se impuso en las decisiones tomadas. Los países industrializados -especialmente Estados Unidos, Australia, Canadá y Japón- se niegan rotundamente a ofrecer compromisos serios de mitigación y, por ello, también huyeron del establecimiento de un mecanismo internacional que incluyera la obligación de proveer recursos financieros cuando las tragedias climáticas ocurran. Prefieren quedarse en su esquema de “voluntariedad” a través de la asistencia humanitaria.

La reflexión de Mandela sobre la pobreza bien se aplica a la crisis climática: “La pobreza no es natural, es creada por el hombre y puede superarse y erradicarse mediante acciones de los seres humanos. Y erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”.

Mónica López Baltodano, oficial para Cambio Climático, Centro Humboldt, Nicaragua. Integrante de la Alianza Nicaragüense ante el Cambio Climático (ANACC) y de la latinoamericana Iniciativa Construyendo Puentes.


Publicado: 20 de diciembre de 2013 - No. 145 - Año 2013

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