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La crisis financiera asiática veinte años después

7 de julio de 2017 - No. 315 - Año 2017

Martin Khor

Hace veinte años, el milagro de Asia oriental se convirtió en la pesadilla financiera asiática. La crisis comenzó en julio de 1997, cuando los especuladores derrumbaron el baht tailandés. Las monedas de Indonesia, Corea del Sur y Malasia también se vieron afectadas. Hace veinte años, el milagro de Asia oriental se convirtió en la pesadilla financiera asiática. La crisis comenzó en julio de 1997, cuando los especuladores derrumbaron el baht tailandés. Las monedas de Indonesia, Corea del Sur y Malasia también se vieron afectadas.

Si bien los países afectados solo habían recibido elogios antes de la crisis, se habían acumulado debilidades, como déficit en cuenta corriente, bajas reservas de divisas y elevada deuda externa. Además, la reciente liberalización del sistema financiero, recomendada por los organismos multilaterales, permitió a las empresas privadas locales endeudarse libremente en el exterior, principalmente en dólares. Este fue el talón de Aquiles que los llevó a la crisis.

Estas debilidades permitieron a los especuladores apostar contra sus monedas. Corea del Sur, Indonesia y Tailandia se quedaron sin divisas cuando sus gobiernos gastaron sus reservas en un vano intento de frenar la caída de las monedas. Las condiciones draconianas impuestas por el FMI en los préstamos de rescate empeoraron su situación. Malasia tuvo más suerte, no solicitó préstamos al FMI.

Tras un año de medidas de austeridad autoimpuestas, Malasia cambió radicalmente de rumbo. Adoptó un conjunto de políticas poco ortodoxas, opuestas a lo recomendado por el FMI, como la vinculación del ringgit con el dólar, los controles selectivos de capital para evitar la salida de fondos a corto plazo, la reducción de las tasas de interés, el aumento del gasto público y el rescate de las empresas y los bancos en quiebra.

El establecimiento global predijo el colapso de la economía malasia. Pero sorprendentemente el país se recuperó más rápido que sus vecinos. Hoy, sus medidas suelen citarse como una exitosa estrategia anticrisis y el propio FMI incluye como legítimos algunos controles de capital.

Los países asiáticos prometieron no volver a recurrir al FMI. Para protegerse contra los tiempos difíciles y evitar la acción de los especuladores, construyeron sólidos superávit en cuenta corriente y reservas internacionales. Las economías se recuperaron, si bien nunca regresaron al espectacular crecimiento del 7% al 10% previo a la crisis.

Entonces, en 2008 estalló la crisis financiera global que tuvo su epicentro en Estados Unidos. La punta del iceberg fue el colapso de Lehman Brothers y los préstamos hipotecarios masivos otorgados a compradores insolventes.

La causa subyacente fue la desregulación de las finanzas estadounidenses y la libertad con que las instituciones financieras podían idear todo tipo de «productos financieros» para atraer a clientes desprevenidos. Así ganaron miles de millones de dólares hasta que el castillo de naipes se desplomó.

Para combatir la crisis, el gobierno de Barack Obama se embarcóen la expansión del gasto público, primero, y luego en políticas financieras de tasas de interés cercanas a cero y «flexibilización cuantitativa», con la Reserva Federal bombeando billones de dólares a los bancos. Se esperaba que el crédito barato contribuyera a la recuperación de la economía. Pero una parte significativa del dinero fue a parar a actividades especulativas, incluso en economías emergentes.

Han pasado 20 años desde la crisis financiera asiática. ¿Cuál es el estado actual de la economía mundial y qué posibilidades hay de una nueva crisis financiera? Son preguntas relevantes que abordaremos en un próximo artículo.

Martin Khor es director ejecutivo del Centro del Sur, una organización intergubernamental de países en desarrollo, con sede en Ginebra.


Publicado: 7 de julio de 2017 - No. 315 - Año 2017

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