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El conflicto sirio en el tablero del Medio Oriente

Viernes 31 de agosto de 2012 - 81 Año 2012

Javier Alcalde Cardoza

La guerra civil siria es el episodio más dramático y violento en la profunda transformación del statu quo en el Medio Oriente, en lo que se ha dado en denominar la Primavera Árabe. Significa, en gran medida, un intento extremo de Estados Unidos y sus aliados de reparar un statu quo que ha quedado resquebrajado con la caída de Mubarak y el ascenso de la Hermandad Musulmana en Egipto.

Tres acontecimientos en los últimos treinta años establecieron un patrón dominante de relaciones internacionales que hoy se descompone en el Medio Oriente: la paz entre Egipto e Israel (1979), la Guerra del Golfo (1991) y la política de Estados Unidos posterior al 11 setiembre de 2001.

La paz conseguida por Estados Unidos entre Israel y Egipto, líder del mundo árabe, puso fin al período más intenso de confrontación entre árabes e israelíes (1948-1973). Con la Guerra del Golfo, el aumento de la influencia de Estados Unidos le permite ampliar la pacificación del Medio Oriente, auspiciando negociaciones de paz de Israel con la OLP y con estados árabes.

Se consolida entonces una Pax Americana en la región, un statu quo sostenido por el poderío norteamericano para la defensa de sus intereses fundamentales (proteger el acceso al petróleo y apoyar la seguridad de Israel) y sobre la base de los siguientes componentes: sendas alianzas de Estados Unidos con Israel y Egipto; alianzas de Estados Unidos con Arabia Saudí y países del Golfo; negociaciones de paz israelí-árabes, y no surgimiento de una potencia militar rival de Israel en la región.

El Irán revolucionario, después de la muerte de Khomeini (1989), pasa a ser gobernado inicialmente por moderados que buscan, sin éxito, mejorar las  relaciones con Estados Unidos.

El atentado de las Torres Gemelas (2001) trae una  radicalización de la política exterior norteamericana; en el Medio Oriente plantea el objetivo de “cambio de régimen”, alternativa a la tradicional política de ganarse a las dictaduras como aliadas.

Se pone en marcha el designio de fomentar el reemplazo de gobiernos adversos a Washington, con una perspectiva de democratización.

Esta política empieza con la ocupación de Irak (2003). El mismo año, el presidente Bush coloca a Irán, junto a Irak y Corea del Norte, en el “Eje del Mal”. Siria, estado árabe radical, aliado de Rusia e Irán, pero al mismo tiempo vulnerable por estar gobernado por una minoría religiosa (alawita), figura prominentemente en la agenda desestabilizadora.

En 2005, el nuevo presidente Mahmud Ahmadinejad reacciona frente a Estados Unidos, radicalizando la posición de Irán: reanuda su programa atómico e inflama la retórica contra Israel.

El año siguiente, el sorpresivo empate en la guerra entre Israel y Hezbollah revela plenamente el deterioro del statu quo que venía sosteniendo Estados Unidos en la región: las negociaciones de paz israelí-árabes quedan virtualmente  sepultadas, e Irán potencia su ascenso a la hegemonía en el Golfo y su desafío político y militar a Israel, fortalecido por sus alianzas con Siria y Hezbollah.

A partir de ese momento, arrecian las presiones para que Irán detenga su programa atómico y surgen amenazas de ataque a sus instalaciones nucleares.

En 2010, los autoritarismos comienzan a tambalearse y a caer en la región. Sin embargo, el rápido desplome de la dictadura de Mubarak (antes de que se viabilizara una sucesión aceptable para las  potencias occidentales) viene a abrir una ancha grieta en la Pax Americana, al poner en entredicho la alianza de Estados Unidos con Egipto, uno de los dos pilares centrales del statu quo regional.

En este momento, Estados Unidos y sus regímenes aliados intensifican las “operaciones especiales” y lanzan una campaña de diplomacia pública para lograr el cambio de régimen en Siria. En su percepción, este hecho, que también debilitaría las posiciones de Irán y de Hezbollah en Líbano, representa fundamentalmente la desaparición de un importante obstáculo que facilitaría la tarea de recomponer el statu quo regional salvaguardando sus intereses.

Evidentemente, la evolución de Egipto y de Irán son más importantes para el equilibrio regional, pero la intervención en Siria se les presenta menos complicada.

Las “operaciones especiales” han consistido en organizar, movilizar, entrenar y armar para la subversión a los sectores descontentos con el régimen sirio, así como contratar mercenarios, en actos de sabotaje y terrorismo disfrazado, y en el soborno y reclutamiento de elementos del gobierno y las fuerzas armadas.

La diplomacia pública, en este caso, como en el de Libia, presentó románticamente a los subversivos, en los medios internacionales, como ciudadanos desarmados que protestan por la democracia y son reprimidos brutalmente por el régimen; las  atrocidades aparecen  siempre perpetradas por el régimen; finalmente, de manera inexplicable, estos ciudadanos indefensos se transforman en una fuerza de combate capaz de enfrentar y derrotar a las fuerzas armadas del gobierno.

En nuestra perspectiva, el costo de la guerra civil en Siria será calamitoso y perturbador, dado el poderío militar del gobierno sirio y sus aliados externos. Y, de caer el régimen de Bashar Assad, dejaría acéfalo a un estado aún más difícil de gobernar y con mayor potencial desestabilizador en la región que el caso de Irak. Esto complicaría y haría todavía más cruento el proceso de establecimiento de un nuevo equilibrio en el Medio Oriente.

* Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, PhD en Relaciones Internacionales.


Publicado: Viernes 31 de agosto de 2012 - 81 Año 2012

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