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Cancún: “todos menos uno”

Jueves 11 de noviembre de 2010 - Agenda Global - Nº 175

Roberto Bissio

“Olvídense de un acuerdo legal. No lo van a obtener. Ésa es la realidad. Si el presidente Obama lo quisiera obtener, el nuevo Congreso no se lo va a dar”. Con estas palabras, Lord Prescott, una figura clave de la diplomacia europea, echó un balde de agua fría sobre las esperanzas de obtener resultados legalmente vinculantes de la conferencia de Cancún sobre el clima.

John Prescott fue premiado con el título nobiliario de Lord por haber sido en 1997 uno de los principales negociadores del Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, que trazó metas obligatorias de reducción de emisiones hasta 2012 y que ahora necesita nuevos acuerdos para evitar aumentos catastróficos en las temperaturas del planeta en las próximas décadas.

La administración de George W. Bush, cuya fortuna familiar y fuerza política se originaron en la industria petrolera, se negó a firmar los compromisos de Kioto y se dedicó en cambio a cuestionar abiertamente las conclusiones unánimes de los científicos. “Luego vino Obama y dijo que aceptaba la ciencia”, explicó Prescott en una entrevista con la BBC desde Beijing, donde fue a entrevistarse con Wen Jiabao, primer ministro del segundo gran país emisor de los gases de efecto invernadero. “Ahora, después del desastre electoral, Obama dice que no va a comprometerse con ningún acuerdo legal. El sentido común indica que debemos parar el reloj, frenar las negociaciones por cinco años y, entre tanto, establecer un sistema de verificación y un acuerdo voluntario”.

“Aceptar la ciencia” implica reconocer que Estados Unidos ha sido el principal responsable histórico de la acumulación de gases en la atmósfera en los últimos dos siglos y que su estilo de vida basado en el consumo desenfrenado de combustibles fósiles debe cambiar si queremos que la Tierra siga siendo habitable en el futuro.

Barack Obama anunció que el cambio climático sería una de las prioridades de su gobierno y envió al Congreso un proyecto de ley para limitar las emisiones. Pero en el país con el mayor número de investigadores y premios Nobel del mundo, la ciencia no es muy popular y los mismos fundamentalistas que demandan que el “creacionismo” se enseñe en las escuelas a la par de la “hipótesis” de la evolución de las especies dieron una paliza electoral a los demócratas que apoyaban la reducción de las emisiones de carbón.

Para el resto del mundo, parar el reloj para esperar al rezagado no es la única opción. “En Kioto le dijimos a la administración Bush: ‘Conduzca o salga del camino’. Estados Unidos se hizo a un lado y el resto del mundo firmó un protocolo vinculante”, recuerda un ambientalista en los encendidos debates sobre cómo redefinir estrategias en los días previos a la reunión de Cancún. Según la influyente red ambientalista Amigos de la Tierra, “Europa tiene la oportunidad de recuperar el liderazgo comprometiéndose a reducir sus emisiones en cuarenta por ciento para el año 2020 (en relación a 1990). Y si Estados Unidos no puede mostrar un nivel de ambición equivalente, debería abandonar las negociaciones en vez de obstaculizarlas”.

Si el grupo de “todos menos uno” llega a un acuerdo, a la larga Estados Unidos no tendría más remedio que plegarse.

Sin embargo, si Estados Unidos no está dispuesto a acordar metas de reducción, mecanismos de control y sanciones, ¿por qué habrían de hacerlo los grandes países en crecimiento acelerado como China e India, que son grandes emisores totales pero están muy lejos de los países desarrollados en contaminación por habitante?

El mismo comportamiento de poner en peligro al conjunto por querer que los costos los pague el otro enfrenta a China y Estados Unidos en los temas monetarios. Washington acusa a Beijing de manipulación del yuan para mantenerlo subvaluado y así ofrecer precios bajos para sus exportaciones, mientras que los chinos dicen que la impresión de seiscientos mil millones de dólares adicionales recién autorizada por la Reserva Federal mantiene el dólar bajo para volver más competitiva la industria norteamericana y hacerle más liviana la carga de la deuda.

Hace un año, en vísperas de la reunión de las Naciones Unidas sobre clima en Copenhague, Obama hizo que la poderosa Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos declarara a los gases de efecto invernadero “peligrosos para la salud”. Aun sin la aprobación de una ley en el Congreso, esta declaración permitiría imponer restricciones a las emisiones. Con este gesto de buena voluntad Obama logró una victoria diplomática: evitó que Europa y los países BASIC (Brasil, Sudáfrica, India y China) acordaran entre sí y marginalizaran a Estados Unidos, sin asumir a cambio más que un enunciado no obligatorio de buenas intenciones.

En conferencia de prensa después de la “paliza” electoral que le propinaron los republicanos, Obama no descartó que la EPA pudiera tomar acciones de reducción de emisiones, pero aseguró que “buscaría ayuda de la legislatura para esto”, abriendo camino a convertir el dióxido de carbono en una ficha de la negociación política local.

Consultado sobre qué puede mostrar Estados Unidos como gesto de buena fe previo a Cancún, el vocero de la Casa Blanca Robert Gibbs dijo que “como ya están haciendo muchos estados, podemos establecer que un cierto porcentaje de la energía tiene que provenir obligatoriamente de fuentes renovables, lo que por definición reduce las emisiones totales de carbón. Además se puede reclamar mayor eficiencia de los automóviles y el gobierno está ofreciendo garantía estatal a préstamos para la construcción de nuevas centrales nucleares”.

Nada de esto es suficiente para lograr credibilidad internacional, ya que no llega ni de cerca a los niveles de reducción necesarios y, además, son medidas voluntarias reversibles en cualquier momento. Pero del otro extremo, la industria petrolera ya está en pie de guerra contra estas medidas, a las que acusa de “encarecer artificialmente el precio de la energía y poner a Estados Unidos en desventaja frente al resto del mundo”, según Daniel Kish, vocero de un think tank conservador sobre energía.

Esta argumentación es ridícula para un consumidor europeo que paga la gasolina a 1,75 dólares por litro, más del doble que el promedio de setenta y cinco centavos que cuesta en Estados Unidos. Pero lo que el consumidor norteamericano ve es un precio de tres dólares por galón, cuando en 2009 pagaba apenas dos.

Un aumento directamente vinculado con la catástrofe política que sufrió Obama en las elecciones parlamentarias, pero que no ayuda en nada a evitar la catástrofe climática que sufriremos todos.


Publicado: Jueves 11 de noviembre de 2010 - Agenda Global - Nº 175

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