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Cancún: un acuerdo sin reducciones vinculantes no es acuerdo

Jueves 16 de diciembre de 2010 - Agenda Global - Nº 180

Fander Falconí - Joan Martínez Alier

Al igual que en Copenhague en diciembre de 2009, la Cumbre del Clima en Cancún debió terminar con un acuerdo internacional que reemplace el Protocolo de Kioto, que vence en 2012. La negación a reducir realmente las emisiones de carbono por parte de los países ricos del norte y la carencia de una medida jurídicamente vinculante para combatir la crisis climática hicieron nuevamente que el foro no llegara a un acuerdo sólido.

Estados Unidos (donde Barack Obama no tiene el apoyo del Senado ni de la Cámara de Representantes) promete como mucho una disminución del diecisiete por ciento para 2020 con respecto al nivel de 2005, una promesa facilitada por la crisis económica y que no es oficial. Eso no es lo que hace falta. Se necesita una reducción mayor.

En cambio, en Cancún celebran un acuerdo de mínimos, y al parecer sin el consenso internacional, por la posición firme y coherente del Estado Plurinacional de Bolivia. El embajador Pablo Solon se quedó solo el último día de la reunión de Cancún, teniendo la razón. Hay países que se niegan a aceptar responsabilidades históricas, otros que quieren crecer sin preocuparse del clima, otros, en fin, claudicantes que no exigen justicia climática sino que se conforman con limosnas.

En 2005, un habitante promedio norteamericano emitió 19,5 toneladas métricas de CO2, un chino, 4,3 y un ecuatoriano, 2,2. En 2008, había 304 millones de norteamericanos en el planeta, 1.326 millones de chinos y cerca de catorce millones de ecuatorianos. El impacto ambiental de cada sociedad es diferente, por lo tanto, las responsabilidades deberían ser diferenciadas.

Desde 1990 han aumentado las emisiones en todo el mundo (Estados Unidos, un trece por ciento), excepto algunos países europeos. Desde Kioto en 1997 también han aumentado, excepto, otra vez, algunos países europeos. La crisis de 2008-2009 hizo frenar el aumento de emisiones un par de años, pero éstas continúan excediendo lo tolerable en cincuenta por ciento.

En Cancún, en general, los países del sur no tuvieron una postura fuerte y consensuada de reclamo contra las excesivas emisiones per cápita de los países ricos. Tampoco reclamaron con fuerza por las responsabilidades históricas y la consecuente deuda ecológica de los países ricos. Sabemos por experiencia propia (corte de ayuda a Ecuador y Bolivia tras Copenhague 2009), y por las revelaciones de Wikileaks, cómo Todd Stern, el negociador de Estados Unidos, recurre a las amenazas y a las promesas de donaciones monetarias (casos de Etiopía y las Maldivas) para lograr que los gobiernos del sur renuncien a exigir la deuda ecológica y a pedir reducciones de emisiones más fuertes y más rápidas.

Más allá de la cumbre de Cancún, la tarea es reducir las emisiones entre cincuenta y sesenta por ciento. En concreto se plantea la cuestión: ¿dónde dejar gas, petróleo o carbón en tierra?

La respuesta es: allí donde el ambiente local es más sensible, tanto en términos sociales como en ecológicos; allí donde la biodiversidad local vale más. Éste es el caso del Parque Nacional Yasuní.

Hay que insistir en estas iniciativas válidas para paliar un problema global.

El cambio climático es una realidad y el mundo espera acciones concretas.

Hay responsabilidades comunes y diferenciadas. Desde hace tiempo se reconoce el aumento del efecto invernadero como consecuencia, principalmente, de la quema de combustibles fósiles. En1895, el químico Svante Arrhenius explicó cómo el incremento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera aumentaría la temperatura y produciría el cambio climático.

El cambio climático genera transformaciones naturales irreversibles e irreparables. La desaparición de la biodiversidad, por el crecimiento de las fronteras productivas, no se puede revertir. En los países andinos desaparecen los glaciares y demás fuentes de agua, como producto del aumento de la temperatura planetaria.

Los países ricos tienen una deuda ecológica o climática con los países del sur. El reconocimiento de la deuda ecológica, por la acumulación de gases de efecto invernadero, permitiría determinar la responsabilidad histórica de los países ricos del norte. Este tema de la deuda ecológica ha pasado de la sociedad civil a los discursos de algunos cancilleres y de presidentes, pero no se hace operativo.

Los fondos provenientes del pago de la deuda ecológica histórica podrían dirigirse a la conservación de los bosques, los manglares, las fuentes de agua y la biodiversidad; a la adaptación de ecosistemas y grupos humanos vulnerables, como los del Ecuador, y a la transición energética para evitar la emisión de gases de efecto invernadero.

Los países del sur somos, por tanto, acreedores de la deuda ecológica. Nos deben un aire y un planeta limpio.

No se trata de que los países ricos del norte den créditos de “adaptación” o “mitigación” a los países que no tienen responsabilidad histórica, o tienen muy poca, por el cambio climático. Mucho menos, de que esos créditos concedidos por un Fondo Verde del Banco Mundial actúen como nuevos mecanismos de endeudamiento para los países del sur. Es una cuestión ética: los países del norte deberían reconocer su responsabilidad financiera y social con las generaciones actuales y futuras. Es necesario evitar que los “ajustes ambientales” adopten la misma forma perversa que los “ajustes económicos estructurales”; no se puede permitir la misma imposición de condiciones, que se dio con el beneplácito de los gobiernos de turno y las elites económicas y políticas, por parte de las tan cuestionadas instituciones de Bretton Woods, como el Banco Mundial o el FMI. Pagar la deuda histórica es como pagar una multa justa que se revertirá en su propio beneficio: los países ricos obtendrían un mejor aire y calidad de vida a cambio de ese “pago”.

*Fander Falconí es coordinador del doctorado de Economía de Desarrollo de Flacso-sede Ecuador. Joan Martínez Alier es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Fander Falconí es coordinador del doctorado de Economía de Desarrollo de Flacso-sede Ecuador.
Joan Martínez Alier es profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona.

El boicot a una solución

Prabir Purkayastha

Este acuerdo no contribuye en nada a resolver la catástrofe climática mundial. La declaración negociada en Cancún resultó un boicot a la urgente necesidad del planeta de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. El resultado es que los países en desarrollo aceptaron un instrumento común para sus compromisos sobre reducción, mientras que los desarrollados no prometieron nada a cambio.

Es cierto que el Protocolo de Kioto no fue formalmente enterrado y continúa existiendo el foro multilateral de las Naciones Unidas para el cambio climático. Es cierto que Cancún no culminó en un desastre público como Copenhague. Pero el segundo período de compromisos y las reducciones que deben realizar los países ricos quedaron sin definir. Peor aun, están relacionadas con los compromisos vinculantes que ahora deberán adoptar los países en desarrollo. La plataforma multilateral de negociaciones se salvó a este costo, enteramente a cargo de los países en desarrollo.

Resulta claro ahora que los países ricos presionaron por un nuevo acuerdo que reemplazara los parámetros básicos del Protocolo de Kioto de “responsabilidad común pero diferenciada”. En Cancún lo lograron. Ahora todos están en pie de igualdad. Por otro lado, continúa una agenda marcada por el sistema de Mecanismos de Desarrollo Limpio. La reducción real de los países que tienen la mayor proporción de emisiones podría resultar mínima. Pero los países en desarrollo sí serán responsables de sus promesas, ya que recibirán financiación y quedarán rehenes de eso. De un plumazo, los compromisos vinculantes son ahora sólo para los países más pobres. Es difícil imaginar un tratado para el cambio climático más perverso.

De esta forma el mundo se plegó a la posición de Estados Unidos de aceptar un acuerdo mundial sobre el cambio climático sólo si es voluntario y puede asumir el compromiso que sea aprobado por su congreso. Los primeros en sumarse fueron Japón, Australia y Canadá. Luego en Copenhague se sumó la Unión Europea. El Acuerdo de Copenhague, entre Estados Unidos y los países del grupo BASIC (Brasil, Sudáfrica, India y China), mostró ser el principio de algo peor. Fue lo suficientemente ambiguo como para resultar o bien una serie de reducciones voluntarias de países desarrollados y en desarrollo por igual o bien una declaración provisoria hasta tanto no se elaborara el segundo período de compromisos para los países ricos. Lo que surgió ahora de Cancún es la primera interpretación que transforma las reducciones vinculantes de los grandes emisores en un criterio voluntario al estilo de “déjennos hacer lo que podamos”.

Con esto, Estados Unidos y los demás países ricos culminaron su plan de enterrar el Protocolo de Kioto, que comenzaron en Bali.


Publicado: Jueves 16 de diciembre de 2010 - Agenda Global - Nº 180

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1 comentario

  1. Es un tema muy delicado y nada fácil, pues si los países que pueden por ser mas ricos y los que viven en ellos están mejor y no quieren, pues ahí que ponerse en la piel del pobre y que todavia existen pueblos que no tienen ni agua, no ya potable ningún agua, y eso es lo básico, bueno es tan larga la lista que lo dejamos a la imaginación de cada cual.

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