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Come alguito para que no molestes

Jueves 17 de marzo, 2011 - 10 Año 2011

Héctor Béjar

En una callejuela de Nueva York Lena Rose hace fila esperando sus food stamps (estampillas de comida). De conseguirlas depende que sus hijos coman hoy día en su casa poblada de ratones en Harlem.

Adela Salas viaja desde un distrito apartado del DF para ver si todavía está en el sistema computarizado de “Oportunidades”. Le darán cien pesos mexicanos ese mes. Verá como invertirlos a cambio de hacer controlar su tercer embarazo por los médicos del programa.

Pamela Nara baja de una favela de Río para dar cuenta de su buena conducta a la gente que maneja “Bolsa de Familia”. Así obtendrá unos cuantos reais.

Esperanza Mamani se trepa con otras mujeres a la tolva de un camión destartalado para llegar a Canchis donde, como todos los primeros domingos de cada mes, los funcionarios de “Juntos” le dan cien soles en billetes de veinte.

Veintisiete millones de personas en Estados Unidos dependen de las Food Stamps, quince millones en México recurren a “Oportunidades”, cincuenta millones de personas en Brasil están inscritas en “Bolsa Familia”, medio millón de mujeres andinas hacen lo mismo con “Juntos” del Perú. Cientos de miles en otros dieciséis países.

Setenta millones en toda América Latina, el doce por ciento de la población de la región, son alimentados o reciben suplementos para que no mueran de hambre. En el Perú, treinta por ciento de la población total está desnutrida y tiene anemia. El hambre, ese viejo acompañante de la raza humana, sigue presente, sólo que oculto y silencioso.

Se dedican a estos programas: 30,000 millones de dólares anuales en Estados Unidos, 20,000 millones en México, 9,000 millones en Brasil. O son financiados en parte con deudas eternas que los Estados deben pagar.
Estos hambrientos son parte del tipo de sociedad que el neoliberalismo ha logrado instalar en América, incluido el norte. El Estado organizado a la manera friedmaniana (de Milton Friedman, su padre ideológico) mantiene a millones, mientras la riqueza se concentra y acumula en pocas manos. Hay que tenerlos con el estómago semilleno para que no acaben de morirse o molesten. Repartir comida o monedas es el seguro para evitar otra revolución francesa y que los políticos de todas las tendencias puedan seguir disfrutando de sus democracias.

En el otro extremo, según la revista Forbes, están gentes como Carlos Slim (Telmex, 74,000 millones), los mineros Germán Larrea Mota (Grupo México Southern, 16,000 millones), Alberto Bailleres (Grupo Bal comercio, 11,000 millones), el broadcaster Ricardo Salinas de TV Azteca (8,000 millones), el minero brasileño Erike Batista (30,000 millones), el cervecero Jorge Paolo Lemann (cerveza Baron, 13,000 millones). Los Bulgheroni, los Piñera, los Cisneros, en fin. Cincuenta y un latinoamericanos con fortunas personales que sobrepasan los mil millones de dólares.
¿Industria? No. ¿Hicieron sus fortunas trabajando duro como en el sueño americano? No. Son hijos de la crisis mexicana, de la tragedia argentina, de la dictadura chilena. Fueron protegidos del PRI, de Menem, de Pinochet. Dispuestos a hacer matar a balazos, como en el lejano Oeste, o a linchar mediáticamente, como en el siglo XXI.

Se fueron los dictadores y quedaron los millonarios, previo paso de las economías nacionales por los filtros del FMI y el Banco Mundial. Ellos son parte de la nobleza global basada en la gran propiedad del capital, la depredación de recursos no renovables y el acaparamiento de las tierras cultivables para producir soja y agrocombustibles.
Estos super ricos no necesitan a esos pobres, les sobran. En otras épocas los habrían exterminado o los habrían dejado morir porque no son necesarios. Ahora deben mantenerlos tranquilos. No con su dinero sino con el de los Estados que ahora también son suyos y se mantienen con los impuestos que pagan sólo las clases medias.

En el consenso latinoamericano coexisten las corporaciones, los políticos, los multimillonarios, los tecnócratas. Todos felices. Pero la vieja injusticia persiste en la propiedad de la tierra, el sistema tributario, el crédito, los medios de comunicación, los mercados.

Demasiado desequilibrio para que sea eterno. Otra sociedad es posible y nos puede tocar las puertas en cualquier momento.


Publicado: Jueves 17 de marzo, 2011 - 10 Año 2011

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