La búsqueda de una familia sin fronteras
Viernes 25 de noviembre de 2011 - 46 Año 2011
Lucía Alvites
Aunque la migración es un fenómeno permanente en la historia humana, actualmente cobra inéditas características, como la significativa feminización, que cuestiona y pone en crisis y debate “verdades universales” como las relaciones de género y muy particularmente la construcción, concepto, estructura y relaciones de la familia, sobre todo en culturas como las nuestras, donde la construcción social hegemónica impone a la mujer como núcleo fundamental de la familia, asignándole roles sexistas, exclusivos y excluyentes.
Esta realidad no escapa al Perú, con más de tres millones de emigrados/as, la mayoría mujeres con el 50.4 por ciento, aumentando al sesenta y cinco por ciento en algunos países de destino como Chile y España. Alrededor de setenta por ciento de ellas está en edad laboral y fértil (dieciocho a treinta y nueve años), por lo que cerca de medio millón son madres con hijos/as en Perú, en el lugar de residencia o en ambos.
No es sólo un cambio de cantidades. A diferencia de lo que sucedía antes, que migraban acompañando a un hombre, ahora son protagonistas autónomas de su cambio geográfico y biográfico, solas o como jefas de núcleo familiar. Mujeres que en la búsqueda del crecimiento económico y la prosperidad negada dejan su país y sin proponérselo van cambiando silenciosamente desde la necesidad de sus sentimientos, las formas de pensar y vivir la familia, y con ello la humanidad.
Uno de los lugares clave donde se expresa esa dimensión subjetiva, donde se pone nombre propio a las cifras y se evidencian estas resignificaciones de las relaciones familiares es el locutorio. Cabinas individuales estrechas, con espacio para una sola persona, que cuentan con un teléfono y un contador de tiempo de la llamada, divididos por paneles livianos de madera y vidrio, donde estas mujeres ejercen periódicamente, casi siempre los fines de semana, su rol y función de madres, sostenedoras de hogares y familias a cientos, y a veces miles, de kilómetros de distancia.
Mujeres que viven el desarraigo, la nostalgia, la depresión, la preocupación constante y la culpa por haber dejado a los/as hijos/as en el país de origen, como costo para garantizarles un presente y un futuro. A muchas las lleva al abuso de recreación, alcohol, drogas, o en la búsqueda del esquivo apoyo y/o amor caen en la promiscuidad que viene acompañada de ETS o VIH. Otras, en cambio, sufren la negación de sí mismas, privándose de la recreación, que deviene simbólicamente en signo de irresponsabilidad y de falta del sacrificio esperado que justifica el movimiento migratorio:
“Yo casi nunca voy a fiestas, el sábado pasado fui, pero casi no voy, porque yo he venido a trabajar y a ahorrar. Yo cómo voy a estar bailando en la fiesta, y mi mamá cuidando a mi hija, mi mamá de ahí llama y mi amiga le dice se ha ido una fiesta, y ella me dice, Nancy ¿cómo vas a ir a la fiesta? yo cuidando a tu hija y tú bailando, así no es la cosa”… (Nancy, treinta y siete años, cinco años en Argentina, una hija en Perú).
En muchos casos se autoexplotan, viven en pésimas condiciones de salud, vivienda y alimentación, con el único objetivo de ahorrar para enviar remesas en dinero a casa, evitar el riesgo de la deportación o incluso simplemente estar ocupadas y no pensar para que “no las ahogue la nostalgia y la pena”. Un ejemplo claro de esto son las trabajadoras del hogar “cama adentro”, que deciden no alquilarse ni por el fin de semana un cuarto para ellas, aceptando vivir de lunes a domingo dentro de la casa donde laboran, encierro que implica fuerte explotación laboral y es causa de ansiedad, desesperación y hondas depresiones.
Sin embargo, también existe la contraparte a estas situaciones. La esperanza, los sueños y los planes se alimentan de novedosos crecimientos, emancipaciones y oportunidades. Y es que la migración es también la posibilidad de autonomía biográfica, de poder ser ellas en referencia a sí mismas y no al otro masculino. Algo sumamente importante es la independencia económica y el rol de proveedoras que asumen, lo que les permite un mayor nivel de decisión en el hogar, así sea a distancia:
“Yo decido si mi hija sale o no, oye, imagínate, si me saco el ancho acá… la otra vez… quería salir y salir no más, yo le dije a mi hermana, pásamela, y en diez minutos, oye, le hice ver… y no salió pues. Ahora me pide permiso con anticipación, claro pues, si le dije bien claro, ¿quieres salir?, ya pues, nada más olvídate de tu propina”… (Cristina, cuarenta años, dos años viviendo en Chile, una hija en Perú).
Al otro extremo del cordón umbilical del locutorio, encontraremos a los niños y las niñas, el anclaje principal de las madres con su país de origen. Viviendo la ausencia física y la presencia emocional y operante de la madre, que está paradójicamente lejos pero presente, por y para ellos/as. Sin embargo son los/as menos tomados en cuenta a la hora de decidir migrar. Aunque parecen más maduros para su edad y muestran gran apego a quienes los cuidan y crían, en su mayoría la abuela, sus silencios, gestos y palabras revelan heridas y dolores de la ausencia, aunque la saben necesaria:
“Para trabajar porque acá no tenía trabajo… paga mi colegio y mis cosas, a mi abuela le manda y para eso trabaja” (Daniel, once años, Lima, su mamá lleva cinco años en Brasil).
No parecen querer hablar de las dificultades de esa doble autoridad, aunque las propios madres y familiares sí la reconocen.
Madres e hijos/as de locutorio son las dos caras de un mismo proceso de reconstrucción en el que no existe un único modelo de familia migrante, sino un interminable laberinto de posibilidades y dinámicas, tantas como personas que viven la movilidad. Migrar es un acto fundamentalmente familiar, que involucra e impacta a la familia y desde la familia a las sociedades y poblaciones en su conjunto, las que se van, las que se quedan, las que ven pasar, las que llegan y las que ven llegar, las que regresan y las que ven regresar.
Resulta entonces indispensable investigar, anticipar y proponer en estos ámbitos movedizos del presente y el futuro familiar y social. Para ello, recoger sus voces, detenerse a escucharlas/os y reflexionar, es un imprescindible inicio.
* Consultora del proyecto “Perú Migrante”.
Publicado: Viernes 25 de noviembre de 2011 -
46 Año 2011
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