Hambre mundial – El precio de la codicia y la imprevisión
Viernes 03 de febrero de 2012 - 51 Año 2012
La especulación en tierras y productos básicos, el auge de los biocombustibles, las políticas agrícolas de países ricos e instituciones multilaterales, y el cambio climático exacerban la crisis alimentaria mundial, según estudios elaborados por organizaciones de la sociedad civil y de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
“El aumento de las inversiones es de importancia crítica para reducir el déficit de compromisos prevaleciente” en materia de seguridad alimentaria, pero “elevaron las demandas y presiones” en el sector agrícola “e instalaron tensiones en los sistemas de tenencia de tierras”, advirtió el director general adjunto de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), Hiroyuki Konuma al abrir en enero en Bangkok la Consulta a Expertos sobre Inversiones Agrícolas y Acceso a la Tierra. “En algunos casos, esas inversiones se hicieron a costas del derecho sobre la tierra de hombres y mujeres pobres, para los que estas propiedades suponen un importante seguro social”.
La FAO concluyó que “el acceso y la propiedad de la tierra son medios para aliviar la pobreza y proteger el ecosistema. La tierra es uno de los bienes más apreciados en el mundo rural”.
En su informe, titulado Farming Money (Cosechando dinero), Amigos de la Tierra Europa expuso el alcance de la especulación con productos básicos y con compras de tierras a manos de firmas financieras europeas. El estudio revela la participación de veintinueve bancos, fondos de pensión y compañías de seguros de ese continente en “actividades destructivas” que “conducen a una catastrófica inestabilidad en los precios mundiales de los alimentos, precipitando a millones de personas a la pobreza y el hambre”, según Daniel Pentzlin, directivo de esa organización ambientalista. “Bancos, aseguradoras y fondos europeos […] hacen apuestas con vidas humanas acumulan un enorme lucro. Se requiere una estricta regulación del sector para proteger a los más pobres”.
El informe explica que, con la incertidumbre financiera mundial, “las inversiones de productos agrícolas a futuro se han vuelto cada día más atractivas para los inversores y especuladores financieros. Miles de millones de euros y de dólares inundan y se repliegan de los mercados de productos básicos, causando repentinos picos de precios […]. Cuando el encarecimiento golpea más duro a los más vulnerables, amenazando su derecho al alimento, las oscilaciones rápidas de precios también afectan a los agricultores pobres”.
“La creciente demanda por biocombustibles fue un gran factor en la reciente ola de encarecimiento de los productos agrícolas. Las políticas [de aliento a esa fuente de energía] crearon un shock de demanda. Tierras y cosechas dejan de dedicarse a la producción de alimentos, hay menos comida en oferta y los precios crecen”, dice el estudio.
La crisis de 2011 no fue un caso aislado
El informe elaborado por Save the Children y Oxfam, titulado Un retraso peligroso, trata de explicar la tardanza en la respuesta internacional a la crisis alimentaria en el Cuerno de África. “Esta crisis se ha producido a pesar de que se había pronosticado. Aunque la sequía provocó la crisis, fueron factores humanos los que la convirtieron en una emergencia mortal”, afirma.
“Desgraciadamente, la crisis de 2011 no es un caso aislado. La respuesta a la sequía siempre es demasiado escasa y demasiado tardía, lo cual constituye un fracaso del conjunto del sistema internacional, tanto ‘humanitario’ como de ‘desarrollo’. El resultado de este fracaso es que las personas afectadas […] pierden sus medios de vida y puede que sus propias vidas. Las mujeres suelen ser las más perjudicadas, ya que generalmente son las últimas en comer, y quienes menos comen. Además, el hambre amenaza la salud y el desarrollo de los niños y niñas, y por tanto el bienestar de las generaciones futuras”, añade.
En el Cuerno de África existían indicios de que se avecinaba una crisis ya desde agosto de 2010, en noviembre se confirmaron y su intensidad aumentó a principios de 2011. “Algunos actores respondieron en ese momento, pero la respuesta a gran escala sólo se produjo después de que no se registrasen lluvias por segunda vez consecutiva. Para entonces, en algunos lugares las personas ya estaban muriendo. Muchas habían perdido sus medios de vida y muchas más –sobre todo mujeres y niños- estaban sufriendo dificultades extremas”, según el informe.
La recaudación de grandes sumas para una respuesta humanitaria depende de que exista una atención considerable por parte de los medios de comunicación y de la opinión pública. Esto sólo sucedió cuando la situación fue crítica.
Pero “esperar a que se produzca una situación crítica para responder no es la manera adecuada de abordar la vulnerabilidad crónica y las sequías recurrentes en lugares como el Cuerno de África”, explica el informe Un retraso peligroso y concluye: “Es una prioridad situar la adaptación al cambio climático y la reducción del riesgo de desastres en el corazón del enfoque de desarrollo”.
Los recursos mundiales son suficientes
El Informe de Social Watch 2012 destaca que en el planeta hay abundancia de recursos, los cuales “son suficientes para cubrir las necesidades fundamentales de los siete mil millones de habitantes del mundo”. Sin embargo, demasiadas personas padecen hambre. Según el informe 2010 de la FAO, ochocientos cincuenta millones de personas sufren hambre, y esa cifra crece por el aumento en el precio de los alimentos.
“La especulación financiera y de mercancías ha socavado la seguridad alimentaria y causado la retirada de millones de hectáreas de tierra de la producción de alimentos para dedicarlas a usos no sustentables”, explicó el Grupo de Reflexión de la Sociedad Civil sobre Desarrollo Mundial, integrado por miembros destacados de Social Watch, la Fundación Friedrich Ebert, Terre des hommes, Third World Network (TWN), la Fundación Dag Hammarskjöld, DAWN y el Global Policy Forum.
En el capítulo del informe de Social Watch de este año titulado “Rio+20 y más allá: Sin futuro no hay justicia”, el Grupo advirtió que “las políticas económicas contradicen en muchas ocasiones los compromisos sobre derechos y sustentabilidad, dado que éstas y sus instituciones afines, nacionales e internacionales, ocupan el ápice de los dominios de gobernanza. Estas políticas confían demasiado en los mercados para asignar recursos de las sociedades y distribuir su riqueza, con el crecimiento del PIB como medida definitiva de bienestar. La consecuencia es un incremento en la concentración y en los paquetes accionarios de unas pocas corporaciones transnacionales, en particular en los sectores de alimentos y medicinas”.
La Red Árabe de Organizaciones No Gubernamentales de Desarrollo (ANND) fue más allá en su capítulo del informe de Social Watch al observar que “las políticas energéticas no sustentables y mal administradas […] sólo han agudizado la amenaza mundial del cambio climático, además de poner en peligro la seguridad alimentaria y del agua por medio de tecnologías como la primera generación de biocombustibles, que desatan una innecesaria rivalidad entre la energía y los alimentos”.
Agronegocios desplazan a las comunidades locales
Mirjam van Reisen, de la Universidad de Tilburg (Holanda), y Simon Stocker y Georgina Carr, de Eurostep, una red de organizaciones que trabajan en cooperación creada por la británica Oxfam y la holandesa Novib, criticaron la meta de la Unión Europea de cubrir veinte por ciento de las necesidades energéticas del bloque de un elenco de fuentes renovables que incluye los biocombustibles. Esa política condujo “a la apropiación de tierras por parte de agronegocios colosales, que no sólo desplazan a las comunidades locales sino que contribuyen también a la inseguridad alimentaria, pues tierras antes utilizadas para la producción de alimentos ahora sirven para garantizar la seguridad energética de la Unión Europea”.
Los autores agregan que “la Política Agrícola Común de la Unión Europea también es objeto de intensas críticas por fomentar relaciones comerciales inmensamente desiguales entre los agricultores en Europa y en el Sur global”. Subrayan que la dependencia de la Unión Europea de la importación de pienso para animales, en especial de soja, ha contribuido a la creciente demanda de tierras en el extranjero, causando deforestación, desplazamiento de comunidades y expansión de los cultivos transgénicos en América del Sur, con los consecuentes efectos ambientales y sociales negativos.
Por otra parte, los subsidios de la Unión Europea a las exportaciones alientan la sobreproducción de ciertos cultivos, lo que lleva a colocar su superávit agrícola en el mercado mundial, es decir, a “vender a precios inferiores a los que regirían sin esa distorsión, en muchos casos inferiores aun al costo de producción”, afirman. “Esto ha impulsado en los últimos decenios la tendencia general a la baja de los precios agrícolas mundiales, reduciendo las oportunidades de inclusión equitativa de la producción del mundo en desarrollo en los mercados”.
Van Reisen, Stocker y Carr concluyen que “la competencia por la adquisición de tierras en África y en otros lugares, una respuesta segura a la volatilidad financiera, lleva la producción europea hacia los países en desarrollo y socava la capacidad de subsistencia de los pequeños agricultores”. Mencionan que trescientas mil hectáreas de tierras fueron adquiridas en Etiopía para la producción agrícola intensiva de exportación, lo que sucedía al mismo tiempo que organizaciones humanitarias procuraban fondos para luchar contra la creciente hambruna causada por la pérdida de los medios de vida de la población rural.
Los autores también acusaron a la “autorregulación del sector privado”, un “enfoque adoptado y fomentado por la Unión Europea en común con otros países industrializados”.
Publicado: Viernes 03 de febrero de 2012 -
51 Año 2012
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