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Dilma versus Angela

Viernes 09 de febrero de 2012 - 52 Año 2012

Roberto Bissio

Son las dos mujeres políticamente más poderosas del mundo. Ambas vivieron bajo dictaduras, se formaron en disciplinas científicas y llegaron al poder con fama de administradoras rigurosas e incorruptibles. En momentos de crisis y zozobra mundial sus países se destacan por el buen desempeño económico. Y, sin embargo, las políticas defendidas por la canciller alemana Angela Merkel y la presidenta brasileña Dilma Rousseff no sólo son radicalmente distintas sino que, además, en un mundo entrelazado, las sitúan en un rumbo de enfrentamiento creciente.

Alemania es la cuarta economía del mundo, después de Estados Unidos, China y Japón, y el segundo mayor exportador, después de China. Brasil acaba de superar al Reino Unido y en uno o dos años le ganará a Francia el quinto puesto entre las mayores economías mundiales. La Copa del Mundo de fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016, ambos en Rio de Janeiro, marcarán que “el siglo XXI es el siglo de Brasil”, como ambiciosamente proclamó Dilma la semana pasada en Porto Alegre durante el Foro Social. Se acabó aquella maldición de “Brasil es el país del futuro… y siempre lo será”. El futuro es ahora.

“Lula sacó a cuarenta millones de brasileños de la pobreza”, explicó a las dirigencias sociales latinoamericanas reunidas en Porto Alegre, la ciudad donde inició su carrera política como experta en energía. “Mi ambición ahora es reducir la desigualdad”. Brasil es el más desigual de los miembros del G-20, los países más grandes y más poblados del mundo que se autoasignaron la conducción de la economía global al estallar la crisis financiera en 2008. Pero, al mismo tiempo, es el único en el que la desigualdad está disminuyendo.

“No es concebible el desarrollo sustentable sin reducir las desigualdades”, dijo Dilma en el Foro Social, marcando no solamente un rumbo para su gestión sino también para la cumbre de las Naciones Unidas sobre desarrollo sustentable, que se realizará en junio en Rio de Janeiro y ya es conocida como Rio+20 por realizarse dos décadas después de la recordada Cumbre de la Tierra de 1992 que dio origen a las convenciones sobre biodiversidad y cambio climático.

Contrariando una tradición que había establecido Lula, Dilma no fue este año al Foro Económico de Davos después de visitar el Foro Social en Porto Alegre. Y desde este lugar simbólico y caluroso lanzó un mensaje a los banqueros, empresarios y jefes de Estado reunidos en el nevado centro de esquí suizo: “El neoliberalismo no es la respuesta y no volverá a Brasil. Este pueblo ya está vacunado”.

Como ejemplo de su distanciamiento de las políticas neoliberales, Dilma citó al subsidio que “con orgullo” su gobierno está proveyendo a dos millones de familias pobres para que puedan acceder a la vivienda.

El fomento del consumo interno y los planes antipobreza son la clave de cómo Brasil pudo recuperar el crecimiento y capear la crisis global iniciada en 2008, una política que contrasta notoriamente con los planes de austeridad impuestos en Europa. Con inusitada dureza Dilma sostuvo que “Europa sufre un proceso mucho más perverso” que los ajustes estructurales en América Latina de los años ochenta y noventa, ya que mientras que los latinoamericanos sufrieron las llamadas décadas perdidas de estancamiento, “en Europa hay retrocesos y pérdidas de derechos de los trabajadores”.

La presidente brasileña manifestó incluso preocupación por el futuro político de Europa. “El post liberalismo no debe ser post democracia”, dijo. “Cuando las agencias calificadoras de riesgo y los mercados financieros tienen más poder que los ciudadanos, la democracia está amenazada”.

La dureza de estas críticas a las políticas económicas impuestas por su colega Angela Merkel a los países de la zona euro va más allá de lo que los alemanes llaman schadenfreude (el placer de la desgracia ajena) o de un intento de destacar las virtudes propias mostrando los problemas del vecino. “Para poder distribuir, Brasil precisa crecer al menos un seis por ciento al año”, explicó Dilma. Pero tal como se explicaba en esos mismos días en Ginebra en un coloquio organizado por South Centre, las economías emergentes como la brasileña no pueden seguir creciendo a ese ritmo con una Europa estancada. (Ver columna de Martin Khor en la página 4.)

Así, mientras Angela Merkel se convierte en la nueva “dama de hierro” europea, reclamando más recortes fiscales en Grecia, apoyando abiertamente la reelección de Nicolás Sarkozy en Francia para que siga recortando beneficios sociales y derechos laborales, y felicitando a Mariano Rajoy en España por hacer ambas cosas, Dilma Rousseff insta abiertamente a combatir estas políticas.

Y no es sólo autoridad moral lo que la presidenta brasileña puede movilizar para incidir sobre las políticas de Merkel, de las que, a su vez, depende el éxito de su gestión en casa. Brasil ha dejado de ser el eterno deudor y ahora es acreedor neto, cortejado por el FMI, para que aporte fondos a los rescates multimillonarios que salven a los países europeos de la bancarrota. En América Latina la palabra deuda es sinónimo de condicionalidades.

En el idioma alemán de Angela Merkel, que es hija de un pastor luterano, la palabra schuld designa la deuda, pero también la culpa y el pecado.


Publicado: Viernes 09 de febrero de 2012 - 52 Año 2012

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