De cumbre a cumber
Viernes 13 de abril de 2012 - 61 Año 2012
Antonio Zambrano Allende
Las Cumbres de la Tierra son conferencias que la Organización de las Naciones Unidas ha venido desarrollando en los últimos cuarenta años para que representantes de los distintos estados del mundo debatan las medidas a tomar respecto a la protección del medio ambiente y a la aplicación de un enfoque de desarrollo sostenible que permita el crecimiento y el combate de la pobreza, en paralelo con la conservación de los ecosistemas. Eso, al menos, en teoría.
El nombre oficial para tales encuentros es Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y Desarrollo. La primera de estas conferencias se llevó a cabo en Estocolmo (Suecia) en junio de 1972. Sin embargo, fue la Cumbre de Río de Janeiro de 1992 la que marcaría un hito en la construcción de compromisos conjuntos: en el marco de este encuentro se suscriben la Agenda 21, la Declaración de Río de Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo, la Convención sobre la Diversidad Biológica, la Declaración sobre los Bosques y Masas Forestales, y la Convención Marco sobre el Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés). A partir de ésta última se elabora posteriormente el Protocolo de Kioto, el documento vinculante sobre cambio climático más importante hasta hoy y que pretende poner metas importantes para que los principales países causantes del citado fenómeno mundial asuman plenamente sus responsabilidades.
Veinte años han transcurrido desde aquella cumbre y otras más se han celebrado sin menguar ni superar la trascendencia de los acuerdos asumidos entonces. Hoy, dos décadas más tarde, nos encontramos en los preparativos
para una nueva Cumbre de la Tierra.
Si bien es cierto que la Cumbre de Rio de 1992 instauró un marco mundial para el tratamiento de los problemas ambientales, así como para la profundización del enfoque de desarrollo sostenible como instrumento ideológico para la construcción de políticas eficientes, dicho esquema fue edificado en el ámbito de los modelos de producción capitalista. En otras palabras, la tragedia del cambiar algo para no cambiar jamás se mantiene incólume.
Mientras esto sucede, el acceso al agua y la tierra ha disminuido en los últimos años a niveles de infarto. Aparte, más de 1,400 millones de personas no tienen electricidad y los gases de efecto invernadero se han elevado alrededor del cuarenta por ciento entre 1990 y el 2010.
En ese sentido, ¿qué podemos esperar de la Cumbre de la Tierra Río+20?
A diferencia de su homónima de hace veinte años, la cumbre que se realizará entre los días 20 y 22 de junio de este año no pretende generar grandes cambios que reduzcan emisiones ni solucionar el problema de las emanaciones a través de un profundo viraje en la manera de pensar el desarrollo. En cambio, este encuentro trae consigo un paquete de nuevos temas que reconfigurarían la manera de encarar la problemática medioambiental en el mundo. Estos nuevos invitados se verán sintetizados por dos grandes ejes para el debate: 1. La economía verde en el contexto de la lucha por la erradicación de la pobreza, y; 2. El marco institucional que favorezca el desarrollo sostenible.
Si a esto le sumamos la pretensión del resto de las jornadas -garantizar la renovación de los compromisos de desarrollo sostenible y evaluar los avances hacia los objetivos acordados a nivel internacional de desarrollo- y lo comparamos con los fallidos logros alcanzados en las Conferencias de las Partes sobre Cambio Climático (COPs) de los últimos años, tendremos un panorama de techo bajo y muy poco alentador.
Esto porque la economía verde como un instrumento teórico que se pretende engarzar al desarrollo sostenible le brinda una nueva prioridad a las tecnologías que se empiezan a desarrollar para el control ambiental así como al manejo del mercado para la solución de los problemas climáticos en el mundo, lo cual puede significar el crecimiento de los mercados de carbo-no; esos donde los países en desarrollo o las empresas transnacionales ponen a disposición grandes hidroeléctricas o proyectos que afirman no contaminan el ambiente para ser admitidos dentro de tales mercados y se les retribuya su derecho a seguir emitiendo Gases de Efecto Invernadero (GEI) a la atmósfera.
Sin ir muy lejos, varias minas en Perú ya están presentando Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) para la construcción de hidroeléctricas en la cuenca amazónica. Esta es la clase de debates perversos sobre los cuales girarán algunos de los puntos de la próxima cumbre.
Es seguro que los efectos de la Cumbre de Río+20 no se dejarán sentir inmediatamente; sin embargo, la posibilidad de darle un respiro al sistema capitalista a través de la incorporación definitiva de la naturaleza como factor de especulación e intercambio permeará todas las esferas de la cooperación internacional y sus posibilidades de lucro. La cara del capitalismo empezará a cambiar nuevamente para sonreírnos sin vergüenza en algunos años, cuando finalmente nos volvamos a dar cuenta que el problema no es el medio ambiente sino las relaciones sociales de producción depredatorias de un sistema que nos aproxima cada vez más al vertiginoso camino de la extinción.
* Antonio Zambrano Allende es politólogo, coordinador del Área de Integración Solidaria de Forum Solidaridad Perú
Publicado: Viernes 13 de abril de 2012 -
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