Jueces para el cambio climático
Viernes 10 de agosto de 2012 - 78 Año 2012
Roberto Bissio
James Hansen, un científico de la NASA, publicó en 1988 un estudio por el cual se le considera el “padrino del cambio climático”. La quema de los llamados combustibles fósiles (o sea petróleo, gas y carbón) crea un “efecto invernadero” en la atmósfera, que atrapa los rayos infrarrojos del sol y calienta al planeta.
Hansen pronosticó en su momento que si no se hacía nada para evitarlo, en un cuarto de siglo la capital de Estados Unidos tendría cada año nueve días con temperaturas de más de treinta y cinco grados centígrados. Se equivocó. En lo que va de 2012, cuando todavía falta más de un mes para terminar el verano en el hemisferio Norte, ya van veintitrés días con más de treinta y cinco grados en Washington DC.
Aprovechando más de dos décadas de investigaciones y encabezando un equipo internacional de diecisiete científicos, Hansen afirma en un nuevo estudio que las actividades humanas ya han causado un calentamiento promedio de 0.8 grados y que la temperatura media de la Tierra está en rápido aumento porque se absorbe más energía solar que la que se irradia al espacio.
El hielo del Ártico se redujo en cuarenta por ciento en 2007 y 2011 con relación a los niveles históricos. Los océanos se acidifican. Las canículas de 2003 en Europa occidental, 2010 en Moscú, 2011 en Texas ya han causado miles de muertos. La virtual desaparición de las lluvias monzónicas este año puede ocasionar hambrunas en Asia del Sur.
“Para mantener el clima y las líneas costeras estables que hicieron posible la civilización” es imprescindible reducir rápidamente las emisiones de dióxido de carbono, reforestar y cambiar las prácticas agrícolas para reabsorber el carbono ya emitido en exceso.
Una reducción anual de tres por ciento hubiera alcanzado para llegar a un nivel aceptable de carbono en la atmósfera al final del siglo XXI, si esta política se hubiera iniciado en 2005. Como esto no sucedió, ahora es necesario reducir emisiones a un ritmo de seis por ciento anual para evitar catástrofes aun peores. Si se espera hasta el 2020, el ritmo de reducción deberá ser del quince por ciento anual.
En la conferencia de Durban de diciembre pasado se acordó que un acuerdo mundial sobre clima se aprobaría antes del fin de 2015, para entrar en vigor en 2020. Sin embargo, a pesar de la solidez de la prueba proporcionada por sus mejores científicos, Todd Stern, el principal negociador estadounidense sobre temas de clima, dijo la semana pasada en un discurso en Dartmouth College que tal acuerdo sólo sería posible si es “flexible” y permite que cada país determine sus propias metas de reducción. Es virtualmente imposible que con metas voluntarias se logren a partir de 2020 los objetivos que la ciencia considera imprescindibles.
El estudio de Hansen afirma sin ambigüedad que “el mundo debe avanzar rápidamente hacia energías libres de carbón y dejar en el suelo las reservas de combustibles fósiles”. Sin embargo, tal transición “no ocurrirá mientras los combustibles fósiles sean la energía más barata”.
Quemar carbón es barato “porque los combustibles fósiles son subsidiados y no pagan sus costos reales a la sociedad”. El estudio de Hansen diagnostica que “un impuesto inicial de quince dólares por tonelada de dióxido de carbono emitida, con un incremento anual de diez dólares por tonelada reduciría las emisiones de Estados Unidos en treinta por ciento en menos de diez años”. Lo recaudado podría distribuirse a los contribuyentes o rebajar otros impuestos.
Según el comité de Republicanos para la Protección Ambiental, esta idea “basada en los mercados, no agranda al gobierno y deja que los individuos decidan sobre qué energía usar”. Sería un plan compatible con las ideas conservadoras, y “no sólo técnicamente viable sino económicamente beneficioso”. Sin embargo, Hansen señala que “los enormes recursos de la industria de combustibles fósiles permiten adoctrinar al público”.
¿Qué hacer en una situación en la que la evidencia científica reclama acción pero la respuesta política es impedida por el poder financiero de grupos de interés? La respuesta, según Hansen, está en el Poder Judicial. “En algunos países”, sostiene el científico, “los jueces pueden requerir al Poder Ejecutivo que presente planes realistas para proteger los derechos de los jóvenes”. En el caso del clima, las generaciones jóvenes podrían demostrar un derecho a que existan planes de reducción de emisiones que les permita disfrutar a fin de siglo, o sea antes del fin de sus vidas, de un clima estable que haga posible la civilización. “El reconocimiento judicial de la exigencia del clima y de los derechos de los jóvenes ayudará a atraer la atención sobre la necesidad de un rápido cambio de rumbo”, sostiene el experto.
“Es un tema de moralidad, de justicia intergeneracional”, argumenta Hansen. “Como con el gran tema moral de la esclavitud, la injusticia cometida por una raza sobre otra, la injusticia de una generación sobre las siguientes debe mover a la conciencia pública a actuar”.
Publicado: Viernes 10 de agosto de 2012 -
78 Año 2012
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