La corrupción tiene múltiples formas y se da en todos los regímenes. Pero hay gobiernos que favorecen ciertas formas de corrupción. El modelo neoliberal vigente en el Perú ha demostrado ampliamente que es funcional al autoritarismo y que elude, cuando no destruye, prácticas democráticas como el diálogo, la participación, la transparencia y la rendición de cuentas. Lo hemos visto en la política de privatizaciones de las empresas públicas, en las concesiones, en las adquisiciones del Estado, etc.

Pero la corrupción a veces yace en la propia naturaleza de las políticas del Estado. Así, la política social del gobierno actual no apuesta por un fortalecimiento de las bases productivas para incorporar a los sectores más desfavorecidos a la dinámica económica con empleo, salario, protección social, educación, salud. En lugar de una lógica de dignificación de la persona prima más bien una de dádiva, con programas sociales que apuntan a aliviarla pobreza pero no a superarla. Programas sociales que además son fácilmente utilizables con fines políticos clientelares. Recuérdese las portátiles de beneficiarios del programa Juntos y las filtraciones en el programa Pensión 65.

¿Por qué entonces seguir favoreciendo este tipo de políticas asistencialistas tan poco eficaces y propicias a prácticas corruptas? ¿Por qué no poner más énfasis en políticas que permitan la generación de empleo digno y sostenible? ¿No será que la primera alternativa es más rápida y rentable en términos de réditos políticos? Desviar así los fondos públicos para medidas efectistas y populistas en lugar de invertir en políticas productivas y políticas sociales universales, ¿no es acaso una forma de corrupción?

* Congresista de la República del Perú.

Publicado: Viernes 14 de setiembre de 2012 - 83 Año 2012