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Políticas que matan al planeta

Viernes 24 de mayo de 2013 - No. 115 - Año 2013

Martin Khor

Se acaba de cruzar un umbral clave en los registros que miden el avance del calentamiento global: por primera vez desde que comenzaron las mediciones en 1958 la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera superó las cuatrocientas partes por millón (ppm). Esto significa que por cada millón de moléculas en la atmósfera de la Tierra, hay cuatrocientas moléculas de dióxido de carbono (CO2).

El 9 de mayo, el observatorio de Mauna Loa en Hawai, que suele utilizarse como punto de referencia, registró una lectura de 400.03 ppm. Se calcula que el año próximo el promedio global superará las cuatrocientas ppm.

La concentración de CO2 en el aire está relacionada con la temperatura de la Tierra. El consenso generalizado es que para que el calentamiento global esté por debajo de dos grados centígrados en comparación con el nivel previo a la revolución industrial de 1750, el CO2 no debe superar el nivel de cuatrocientas cincuenta ppm. De hecho, según científicos prominentes como James Hansen por encima de trescientas cincuenta ppm ya es peligroso. Por tanto, es necesario reducir el CO2 en la atmósfera, aunque no resulta claro cómo podría lograrse esto.

Los efectos del cambio climático ya se hacen sentir de manera dramática con el incremento de los fenómenos meteorológicos extremos, que van desde un aumento de las lluvias y grandes inundaciones en Pakistán, China, el sudeste de Asia y el Reino Unido, hasta sequías en algunas partes de África y en Estados Unidos, violentos incendios en Australia y Rusia, y grandes tormentas o huracanes en Filipinas, América Central y Estados Unidos.

¿Cuánto peor será la situación en la medida que se agrave el cambio climático como consecuencia del aumento de la concentración de CO2 de cuatrocientas a cuatrocientas cincuenta ppm y más?

El aumento de la concentración ha sido drástico. En 1958 era de trescientas quince ppm y en 2000 llegó a cerca de trescientas setenta y cinco ppm, antes de saltar a las cuatrocientas ppm actuales. A este ritmo, vamos en vías de aumentar la temperatura para finales del siglo no dos grados sino entre tres y cinco grados. Una catástrofe.

La temperatura actual es de 0.8 grados por encima del nivel preindustrial y ya estamos presenciando los importantes efectos perjudiciales, que nos dan una pista de cómo llegaría a ser un mundo con dos y hasta cuatro grados más de temperatura. El que podrían heredar nuestros hijos y nietos.

El informe de 2012 del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) sobre la “brecha de emisiones”, elaborado por cincuenta y cinco científicos, demuestra que la emisión mundial total en 2011 fue de cincuenta gigatoneladas (50,000 millones de toneladas) de CO2 equivalente. Es decir, CO2 más otros gases de efecto invernadero como el metano, pero expresados en términos de CO2.

El nivel de emisiones de CO2 equivalente ha aumentado rápidamente. En 2000 era de cuarenta gigatoneladas, antes de aumentar a 50.1 en 2011. Esto significa que la emisión global anual aumentó diez gigatoneladas (veinticinco por ciento) en solo una década.

El informe del PNUMA estima que para mantener la temperatura del planeta en dos grados por debajo del nivel preindustrial es necesario que las emisiones globales anuales bajen a cuarenta y cuatro gigatoneladas para 2020, y que luego continúen disminuyendo. Sin embargo, si no hay cambios en las políticas, se prevé que las emisiones aumentarán a cincuenta y ocho gigatoneladas en 2020.

La buena noticia es que los gobiernos de varios países se han comprometido a adoptar medidas para reducir sus emisiones. La mala es que esas promesas no son suficientes.

En el mejor de los casos -si los gobiernos cumplen con el margen máximo de sus promesas y en las mejores condiciones-, el nivel de emisiones en 2020 será de cincuenta y dos gigatoneladas. Esto está muy por encima del límite de cuarenta y cuatro gigatoneladas necesario para mantener la temperatura por debajo del nivel de dos grados, si bien es inferior al que se alcanzaría de continuar con la tendencia actual.

En el peor de los casos -si los gobiernos toman medidas pero dentro del margen mínimo de sus promesas, y en malas condiciones-, el nivel de emisiones en 2020 será de cincuenta y siete gigatoneladas, que es casi lo mismo que el nivel de cincuenta y ocho gigatoneladas al que se llegaría si todo permanece incambiado.

En cualquiera de los dos casos las emisiones proyectadas para 2020 superarán los dos grados, llegando a niveles de tres y cinco grados. En otras palabras, la proyección es hacia un desastre climático.

Las soluciones técnicas no son tan difíciles de conceptualizar. El informe del PNUMA ofrece sugerencias sobre la reducción de emisiones a través de cambios en las prácticas y políticas de construcción de edificios, transporte y silvicultura. A eso se pueden añadir políticas en materia de energía, industria y agricultura.

El problema se presenta con las políticas y los costos del cambio. Un acuerdo global sobre el clima es difícil de lograr debido a las diferentes perspectivas sobre lo que es una distribución justa de los esfuerzos y quién se hará cargo de los costos. Los países en desarrollo consideran que los países ricos tienen la responsabilidad histórica de asumir el liderazgo en la reducción de las emisiones y de pagar -al menos de manera sustancial- los gastos en los que deben incurrir los países en desarrollo para cambiar a tecnologías y políticas que impliquen bajas emisiones de carbono.

Esta responsabilidad histórica se origina en el hecho de que los países desarrollados son los responsables hasta el momento de haber emitido la mayor parte del CO2 presente en la atmósfera. Ellos se enriquecieron en parte debido a que sus economías crecieron sobre la base de combustibles fósiles baratos. Y gracias a eso sus economías son más ricas.

Si los países en desarrollo asumen el costo total de los cambios, su crecimiento económico se resentirá y sus esfuerzos de desarrollo se desviarán de los alimentos, la atención de la salud y el desarrollo económico para concentrarse en las medidas relacionadas con el clima. Por lo tanto, pretenden que los países ricos les transfieran fondos y tecnología para apoyarlos en su cambio hacia una senda de crecimiento respetuoso para con el clima.

Los países desarrollados, por su parte, se muestran reacios a aceptar la “responsabilidad histórica”, con el argumento de que no pueden ser considerados responsables de lo que hicieron sus antepasados, en la ignorancia. En teoría, están dispuestos a proporcionar fondos y tecnología, pero en los hechos se han transferido pocos fondos y muy poca tecnología a los países en desarrollo.

Los países desarrollados también aspiran a que todos los países -no sólo ellos- firmen el mismo tipo de obligaciones de reducción de emisiones. Los países en desarrollo consideran que esto es contrario a los principios de equidad y de responsabilidades comunes pero diferenciadas, que son principios centrales de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

Si bien la ciencia tiene cada vez mayor claridad en cuanto a lo que está ocurriendo al clima, y se están elaborando soluciones técnicas sobre la forma de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en varios sectores, es la política para enfrentar el cambio climático lo que hay que resolver.

Martin Khor, fundador de la Red del Tercer Mundo y director ejecutivo de South Centre, una organización de países en desarrollo con sede en Ginebra.


Publicado: Viernes 24 de mayo de 2013 - No. 115 - Año 2013

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