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El carbón y la dignidad

11 de octubre de 2013 - No. 135 - Año 2013

Roberto Bissio

En mayo de este año, la estación de medición de la cima del volcán Mauna Loa en Hawái detectó en la atmósfera, en el transcurso de veinticuatro horas, una concentración media de dióxido de carbono de cuatrocientas partes por millón. No se han visto niveles tan altos de carbón en la atmósfera del planeta en los últimos tres millones de años, mucho antes de que existieran los seres que se autodenominan homo sapiens.

La actividad de estos primates supuestamente sabios es responsable de los altos niveles de dióxido de carbono, pero la mayoría de los humanos queman muy poco carbón. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), los mil millones de personas más pobres del planeta son responsables de solo el tres por ciento de las emisiones de carbón. Sin embargo, viven en zonas rurales y barrios urbanos altamente vulnerables a las amenazas relacionadas con el cambio climático. Mientras tanto, los mil doscientos millones de habitantes de las naciones “avanzadas”, que pertenecen a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), son responsables por el cuarenta y dos por ciento del carbono que se agrega a la atmósfera cada año y son sus países los responsables de la mayor parte del carbón acumulado desde el inicio de la revolución industrial.

Lo justo sería que los responsables de crear el problema, que son un sexto de la población mundial, quemaran menos carbón y pagaran para compensar los daños que su uso abusivo de combustibles fósiles ha creado. Pero la quema de combustibles fósiles es altamente adictiva y, como cualquier adicto, los responsables usan todos los trucos a su alcance para evitar los síndromes de abstinencia.

Uno de esos trucos es quemar carbón obtenido de la superficie terrestre (biomasa) en vez del extraído del subsuelo (combustibles fósiles). La idea tiene su lógica, ya que la biomasa que se quema emite el mismo carbón que recogió de la atmósfera durante la fase de crecimiento, o sea que el ciclo completo no aumentaría el carbono atmosférico.

Pero las cosas no son tan sencillas. Cuando se intenta aplicar la idea a escala industrial y todos los insumos y los efectos indirectos son contabilizados, la mayoría de los biocombustibles, en realidad consumen más energía que la que producen. Por otra parte, la sustitución de los combustibles fósiles por bioenergía implica que una enorme cantidad de tierra agrícola o forestal se desvía hacia este objetivo.

La expansión de plantaciones de palmeras oleaginosas, por ejemplo, ya está produciendo deforestación masiva en Indonesia y otros países, con la consiguiente eliminación de sumideros de carbono (los bosques) y más dióxido de carbón en la atmósfera.

Diversos enfoques razonables para mitigar el cambio climático están disponibles. Prácticas agrícolas industriales, que son responsables de catorce por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, podrían ser reemplazadas con la agricultura orgánica, que se puede llevar a cabo de forma de no emitir más carbón que el que se sustrajo del aire o incluso sirva como almacenamiento de grandes cantidades de carbono en el suelo. Pero esto requeriría que los viejos y nuevos ricos del mundo cambien sus hábitos de consumo, por ejemplo, comiendo menos carne.

Los bosques pueden volver a crecer y funcionar así como sumideros de carbono, pero esto solo tiene un efecto positivo de “captura” de carbón mientras los bosques se están expandiendo. Los bosques de Europa, que se han estado recuperando desde 1950, después de siglos de deforestación, han funcionado como sumideros de carbono en las últimas décadas, pero ya muestran los primeros signos de saturación. El bosque estable no emite pero tampoco absorbe carbón.

Como los biocombustibles y la reforestación tienen límites en su contribución, lo realmente necesario es que las actividades humanas, sobre todo en los países más ricos del mundo, reduzcan sus emisiones de carbón. Para lograr esto, es probable que sea necesario introducir impuestos sobre el carbono en los países ricos. Pero los grandes emisores del mundo desarrollado continúan buscando otras soluciones menos “dolorosas”. Actúan como el fumador empedernido que, en lugar de dejar el cigarrillo, decide mudarse a los suburbios para respirar aire más limpio. Esta “compensación” es tan ilusoria como la bioenergía. El peligro de creer que tendremos una economía más “verde” permite posponer decisiones difíciles. Pero mientras que los fumadores que no dejan el hábito se perjudican principalmente a sí mismos, los países ricos, que consumen grandes cantidades de combustibles fósiles, pasan el daño a personas inocentes.

Las Naciones Unidas han acordado el principio que las responsabilidades sobre el cambio climático son “comunes pero diferenciadas”. Empeñarse en mantener patrones de producción y consumo no sustentables por parte de quienes ya tienen mucho más de lo necesario y saludables equivale a abandonar en la práctica toda pretensión de respeto a los valores de justicia y dignidad humana.


Publicado: 11 de octubre de 2013 - No. 135 - Año 2013

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