El cambio climático en Bolivia
11 de abril de 2014 - No. 158 - Año 2014
Elizabeth Peredo Beltrán
Las inundaciones en la Amazonía y los Valles bolivianos distan de ser un evento accidental y aislado que no vaya a repetirse. El cambio climático no es tema exclusivo de la ciencia ni tampoco una advertencia para el futuro. Está en nuestro tiempo y territorio, se presenta con violencia, afecta la vida de las personas y está cobrando ya muchas víctimas.
Ha llovido sin cesar en la Amazonía y los Valles bolivianos. Las aguas anegaron nuestro territorio desde enero, lluvias consideradas las peores en cuarenta años. Más de sesenta mil familias -es decir, al menos trescientas cincuenta mil personas- han tenido que dejar sus casas y lo han perdido casi todo: sus animales, sus cultivos, la cotidianidad de sus vidas. Sesenta mil niños han sido afectados, novecientos colegios debieron suspender sus actividades. Los muertos y desaparecidos superaron el medio centenar y aún no tenemos la dimensión de las repercusiones en la salud, la habitabilidad y la capacidad de las comunidades para reconstruir sus vidas ante la evidencia de la destrucción que emerge con el descenso de las aguas.
La situación de las comunidades del TIPNIS delata los factores que incrementan la vulnerabilidad. Aunque las informaciones hablan de enormes pérdidas de cultivos de yuca, arroz, papa, soya, hortalizas y en ganado, aún está por verse la repercusión de las inundaciones en la vida de estas poblaciones, en las economías regionales y en la economía nacional.
Las inundaciones en la Amazonía y los Valles bolivianos estuvieron lejos de ser enfrentadas en la dimensión en que se presentaron y están muy lejos de ser un evento accidental y aislado que no vaya a repetirse.
El cambio climático no es un tema exclusivo de la ciencia o de las negociaciones de las Naciones Unidas, y mucho menos solo una advertencia para el futuro; está ya en nuestro tiempo y territorio, se presenta con violencia, afecta la vida de las personas y está cobrando ya muchas víctimas.
Compartimos la pena con millones de personas en el planeta que están sufriendo sus consecuencias. Noticias que nadie quiere escuchar, pero que será inevitable enfrentarlas cada vez más cerca de nuestras vidas, aunque aparezcan como fríos números en la prensa.
Necesitamos conectar los puntos para asumir que éste es un fenómeno que requiere superar las visiones de corto plazo y las retóricas sobre la “Madre Tierra” sin aterrizaje concreto. El cambio climático es consecuencia de la explotación inclemente de la naturaleza, el crecimiento económico sin límites basado en combustibles fósiles y el sobre consumo, concebidas como condiciones irremplazables para el “bienestar” humano. Esta noción obsoleta está instalada social y culturalmente en nuestras vidas.
¿Cómo haremos para entender que las emisiones provenientes del uso de combustibles fósiles, la ganadería a gran escala y la deforestación en el Norte y en el Sur están acabando con la atmósfera? ¿Dónde están los caminos efectivos para cuidar ese Bien Común secuestrado por la industria y la adicción al crecimiento sin límites? ¿Hasta cuándo esperaremos que los países que contaminaron más que otros históricamente, compensen por el daño y eviten peores consecuencias?
Lamentablemente, el tema se ha convertido en un fenómeno más político y de intereses económicos que un tema de sobrevivencia de la civilización. Y no solo en Bolivia.
El quinto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) emitido al finalizar el año pasado, estableció de manera inequívoca que el cambio climático es provocado por la acción humana y está causando patrones de caos climático por todo lado. Algunos científicos y activistas han sido muy críticos con este informe por considerarlo, a pesar de todo, conservador en reflejar la gravedad del asunto. Otras voces cuestionan las posibilidades que ha abierto el informe a falsas soluciones como la geoingeniería, en lugar de insistir con mayor fuerza en la restricción del uso de combustibles fósiles.
El negacionismo
En este contexto de emergencia global ha surgido una corriente ideológico-política llamada los “negacionistas”, que afirman que estos fenómenos no corresponden a la saturación de la atmósfera por acción humana, sino a simples “ciclos naturales” del clima en el planeta. Éstos se han dedicado a combatir los informes de la ciencia. El negacionismo es una fuerte corriente mundial que acompaña el ritmo del desarrollo y las inversiones y acusa al ecologismo de crear una incertidumbre innecesaria. Su posicionamiento está íntimamente vinculado a los grandes capitales y al lobby corporativo del petróleo.
Bill McKibben, activista fundador de 350.org, ha denunciado que de usarse todas las reservas de petróleo registradas en las bolsas del mercado, se consumirían cinco veces el presupuesto de carbono que queda. ¡Una calamidad! Mientras tanto, los negacionistas representados en los republicanos de Estados Unidos, han hecho un impresionante lobby para lograr que ese país ya no aporte al IPCC ni al Consejo Económico y Social (ECOSOC) de las Naciones Unidas, y han promovido una “persecución” a los científicos que afirman que el cambio climático antropogénico es una realidad.
El negacionismo, si bien tiene expresiones políticas muy concretas y definidas como las descritas, ocupa un espacio significativo en la sociedad porque la gente encuentra muy difícil cambiar su vida para evitar el desastre global y prefiere cerrar los ojos a lo que se viene. Desde la psicología social, esto se llama “disonancia cognoscitiva”. Clive Hamilton, profesor de Ética Pública en el Centro de Filosofía y Ética de Australia, concluye que el negacionismo es expresión del fracaso de la humanidad para enfrentar la crisis global.
Otra forma de negacionismo es el que desde los gobiernos y otros estratos del poder político niegan la urgencia de cambiar el modelo de desarrollo, de matriz energética y de gestión para responder a la crisis de los cambios globales. La información provista por la ciencia es alarmante y está a disposición de los gobiernos de primera mano.
Recordemos al negociador filipino para cambio climático que conmovió al mundo durante las negociaciones del clima en Polonia en 2013 demandando un “freno a esta locura”, luego de que el huracán Haiyan devastara parte de su país. Aunque los negociadores acompañaron estas palabras con minutos de silencio y expresiones de solidaridad, las negociaciones continuaron as usual (como si nada pasara), los negocios continuaron as usual y la producción y consumo de combustibles fósiles en el mundo continuaron as usual. Al parecer, los acuerdos de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático caen en una paradoja, pues el sistema capitalista es más fuerte y vinculante. Los negociadores parecieran decir al unísono: “Podemos responder por lo que logramos en las negociaciones, pero no sobre las política que se deciden en nuestro país”. Es decir, que las decisiones mayores, las vinculadas a las matrices energéticas y de consumo que inyectan permanente motor a la depredación, son asumidas por los gobiernos en lo local.
El desafío del cambio climático
Las últimas inundaciones en Bolivia nos han acercado a algunas preguntas a la luz de estas controversias que se están dando en todo el mundo con mayor o menor intensidad. Los impactos de la crisis climática están llevando a polarizaciones, demandas, diferentes respuestas, posicionamientos y propuestas que trascienden el ámbito de las negociaciones del clima.
En Bolivia también se han dado controversias. Las motivaciones han sido más vinculadas a tensiones de índole política y regional. La gente de los pueblos de la Amazonía se preguntaba: “¿Qué vamos a hacer ahora?”, ¿con qué vamos a sostener a nuestras familias?, ¿somos menos importantes que las vacas?”. Las tensiones desatadas a raíz de las inundaciones muestran lo lejos que nos encontramos de reaccionar a la escala necesaria, mientras que lo que verdaderamente interesa es asumir el desafío de construir una sociedad resiliente a los cambios globales.
Hay algunas lecciones que me atrevo a recoger a partir del drama vivido por las inundaciones recientes en Bolivia:
* No necesitamos héroes, ni peleas políticas de coyuntura. Al contrario, se requiere de una visión de largo plazo que considere el cambio climático y los cambios globales como condiciones críticas y los incorpore como factores de carácter transversal al conjunto de la administración y gestión pública, donde el cuidado de la Naturaleza y de los derechos humanos –sobre todo de los más pobres- deben ser una prioridad.
* Si bien las negociaciones de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático son el único escenario multilateral para obtener compromisos a nivel global, hoy la prioridad del ámbito local es más importante que nunca. Es allí donde se puede ver si hacemos progresos o no en detener esta catástrofe y cambiar el mundo para cuidarlo y regenerar el tejido vivo que aún existe.
* La resilencia debe ser considerada en su multidimensionalidad, desde lo que significa encarar el desafío de la energía sostenible, hasta desarrollar capacidades en agricultura, gestión de agua, asentamientos humanos, etc. Pero también en asegurar un tejido social sano, fortaleciendo la solidaridad, el respeto y el reconocimiento mutuo. Resilencia implica desarrollar una mirada más compleja que redefina el “desarrollo” en tiempos de cambios globales.
* El cuidado y restauración de la Naturaleza debe convertirse en una obsesión para todos –en particular para los gobiernos- aprendiendo de la solidaridad y entrega de la gente, ampliamente demostrada en los días de lluvia, de expresar solidaridad y movilizarse. Aprendiendo de la propia Naturaleza y su diversidad.
Debemos neutralizar el negacionismo como actitud colectiva; no es una condición inalterable. Creo que esta actitud puede también entenderse como la imposibilidad de la gente para cambiar hábitos de depredación, porque sencillamente los canales para actuar de manera proactiva y restauradora están bloqueados por los sistemas de poder político, de energía y de mercado que nos rodean.
A pesar de ello está creciendo una conciencia global que quiere empezar a actuar. Se trata, pues, de allanar los caminos para hacerlo y construir comunidades resilientes no solo en tecnologías y sistemas, sino también en sus tejidos más íntimos –la solidaridad, el amor, la compasión- fortaleciendo la posibilidad de una interacción sana, alimentando el deseo de restaurar la Naturaleza, cultivando la empatía y los sentimientos por otros.
La crisis del cambio climático y los cambios globales demandan de un esfuerzo de restauración que requiere de disciplina, rebeldía y creatividad ante una emergencia global de sustanciales implicaciones para la vida y la civilización, una emergencia en la que cualquier cálculo político -venga de donde venga- es, simplemente… inadmisible.
Elizabeth Peredo Beltrán, psicóloga Social, directora de la Fundación Solón en Bolivia, miembro de la Campaña Octubre Azul y del Directorio de Food and Water Watch en Washington.
Publicado: 11 de abril de 2014 -
No. 158 - Año 2014
excelente nota