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San Petersburgo

12 de setiembre de 2014 - No. 180 - Año 2014

Héctor Béjar

Los veintiocho jefes de Estado y de gobierno de los países aliados en la OTAN reunidos en Gales han aprobado la creación de una fuerza de despliegue inmediato compuesta por miles de soldados, mientras arman a Ucrania. Los veintiocho jefes de Estado y de gobierno de los países aliados en la OTAN reunidos en Gales han aprobado la creación de una fuerza de despliegue inmediato compuesta por miles de soldados, mientras arman a Ucrania. “Rusia está atacando a Ucrania”, han sido las  palabras del secretario general de la organización, Anders Fogh Rasmussen.

Al frente de los rusos, Europa occidental mantiene una mezcla de temor y rencor. Los rusos no gustan a los líderes europeos. No están satisfechos con que Rusia haya abandonado el comunismo. Mantuvieron y ampliaron a la OTAN y ahora quieren poner misiles y bombas atómicas en las narices de Rusia. ¿Si Kennedy puso el grito en el cielo cuando Khruschev instaló cabezas atómicas a noventa millas de los Estados Unidos, por qué Vladímir Putin tendría que estar tranquilo con los misiles norteamericanos en Kiev?

El diario La Repubblica de Roma ha publicado los diálogos entre los líderes de la Unión Europea, en que se compara a Putin con Hitler y algunos plantean una intervención inmediata y preventiva. Si no lo hicieron ya es porque el Ejército Islámico del Este (creación occidental en su origen y ahora autonomizado en el secuestro de periodistas del Oeste) está amenazando con seguir matando rehenes europeos en Siria e Irak. La tregua entre los gobiernos de Ucrania y Rusia es un respiro en la tensión.

Estuve esta semana en San Petersburgo. Se llamó Petrogrado en el zarismo, Leningrado en la época comunista y San Petersburgo en la era poscomunista. Ciudad de palacios, canales e iglesias ortodoxas. Encuentro entre lo ruso, lo bizantino y lo francés, San Petersburgo es una París con palacios de mármoles e iglesias cubiertas por dentro y por fuera, de mosaicos, malaquita y oro.

Los cafés y restaurantes están llenos de turistas rusos. No se encuentra el consumismo de los malls a lo Miami ni la cultura Mac Donalds en los centros comerciales que venden artículos rusos, franceses y alemanes. Algunos petersburgueses hablan inglés si es necesario, pero se expresan de preferencia en ruso. No hay necesidad del inglés para entenderse con la gente en el excelente sistema de transporte urbano cubierto por el lujoso metro, herencia de la época soviética, tranvías, trolebuses, taxis y autobuses.

Enormes librerías están repletas de hermosas ediciones rusas. Un millón de obras de arte son cuidadosamente conservadas en los palacios y edificios dedicados a museos y centros culturales. El nuevo arte ruso no tiene límites en la calidad de lo creativo.

La estación de tren de Finlandia adonde Lenin llegó en abril de 1917 para iniciar la revolución, sigue llamándose Lenina y tiene una gigantesca estatua del fundador de la Unión Soviética al frente. El crucero Aurora que inició el asalto al Palacio de Invierno es un monumento nacional. Los museos de la revolución muestran la historia de la Okhrana (policía secreta zarista), la Cheka, NKVD y GPU al tiempo que las librerías venden libros de Stalin. El despacho de Sergei Kirov, el presidente bolchevique del Soviet de Leningrado, asesinado en 1929, está abierto a las visitas, al igual que los locales de la policía política con los expedientes de la época del terror. La historia del último siglo se exhibe sin temor, exclusiones ni complejos. Hay una visión crítica pero objetiva del pasado.

“Los rusos no estamos dispuestos a vivir como los occidentales”, me dice uno de los guías del Hermitage, el inagotable museo del Palacio de Invierno que tiene mil doscientos salones.

“Ahora no pagamos en los hospitales ni las escuelas”, me dice el taxista, gesticulando y en inglés. “Aquí no hay desocupación, tenemos trabajo. Yo viví la época soviética, fui deportista, ahora ya no puedo porque no hay apoyo del Estado como antes. Ahora estamos bien pero en la época soviética estábamos mejor. Había estabilidad, seguridad, no había inflación. Ahora hay mucha corrupción, la calidad de la educación y los servicios sociales ha bajado. Nos equivocamos. No quiero hablar de política, no soy político, pero decididamente, nuestro padre sigue siendo Lenin”.

Héctor Béjar
www.hectorbejar.com


Publicado: 12 de setiembre de 2014 - No. 180 - Año 2014

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