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Para entender la Cuarta Fase

Viernes 03 de febrero de 2012 - 51 Año 2012

Héctor Béjar

Antes dije que en Perú vivimos la Cuarta Fase de un gobierno militar. Primera: Juan Velasco Alvarado. Segunda: Francisco Morales Bermúdez. Tercera: Alberto Fujimori–Hermoza Ríos–Vladimiro Montesinos. Contradictorias, pero tienen en común la influencia de las Fuerzas Armadas y la lógica militar en la práctica política.

¿Cuáles son las características de un régimen militar a la peruana en estos tiempos? Concentración y secreto de las decisiones, una sola voz monocorde para todo el país, nada con los derechos humanos, macartismo que no impide usar gente de izquierda cuando se la necesita, y rol dominante pero subterráneo de los servicios de inteligencia.

La ideología fue liberadora y nacional con Velasco, pero ahí terminó. Sinuosa con Morales Bermúdez, neoliberal con Fujimori–Montesinos. En los dos últimos casos fue “pragmatismo”: servir a los más fuertes, modelar la conducta según las presiones, permitir el robo y la corrupción, engañar para ganar, no ganar para los demás sino para uno mismo.

La lógica militar se impuso desde que se percibió que la aventura de Locumba había prendido en una parte del pueblo. Nacionalismo como una forma de evitar definiciones (el cuento de que ya no hay izquierda y derecha), mercenarismo en la formación de listas parlamentarias (curules con precio, cuánto pones tanto vales), acuerdos electorales con la impresentable Unión por el Perú (UPP) robada a Pérez de Cuéllar, uso en beneficio propio del izquierdismo -desde el Movimiento Nueva Izquierda (MNI) hasta Ciudadanos por el Cambio- para llegar al poder. Usar y dejar. Es el camino seguido desde el nacionalismo antisistema, la gran transformación, la hoja de ruta, hasta el Gabinete Valdez que ya no quiere experimentos. Y habrá otras estaciones.

Como el camino está poblado por lobistas, líderes regionales que trabajan para sí mismos, aventureros con plata, mafias, periodistas amenazantes y políticos oportunistas de todos los colores, es y será zigzagueante hacia un objetivo que estará marcado por los poderes fácticos. En un país achorado es imposible caminar derecho.

Mi impresión es que a medida que el presidente Ollanta Humala vaya tomando confianza en el cargo se irá autonomizando. Ese es el mejor escenario, pero no el único posible.

Poniéndonos realistas, debemos aceptar que los tiempos no son fáciles con una recesión en el horizonte y apenas 50,000 millones de dólares de reservas para un país que ya gasta 30,000 millones anuales nadie sabe en qué.

Hemos visto varias piruetas y veremos más todavía: política social y educativa con el Banco Mundial; política monetaria con el Fondo Monetario Internacional (FMI); política de drogas -no me atrevo a decir antidrogas porque mentiría- con la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la DEA; influencia del complejo político–militar–industrial brasileño; presencia creciente de China; agresividad empresarial de España; tímida participación en la UNASUR y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); convenios con la PDVSA de Hugo Chávez; devolución a los fonavistas; gestos cordiales a Susana Villarán; premios consuelo a quienes ayudan en la ruta hacia y en el poder, que es la verdadera hoja de ruta. Política de balance para que todos estemos contentos.

Pero el test se llama Conga. La alternativa es agricultura sustentable, manejo ordenado de las aguas, confianza en las fuerzas propias, trabajo y no renta minera. Alguien -¿quién?- debería explicarlo al país.

César Hildebrandt reprodujo en su semanario el editorial de The Bullonist de Londres después de la tragedia de 1879: “Una renta procedente de la industria honrada tiende más a la prosperidad permanente de una nación que todas las minas de oro y riquezas excepcionales”.

Pocos en el Perú achorado de hoy están dispuestos a entender la lección de 1879. Quieren seguir gozando la falsa prosperidad de los precios, convirtiendo los ríos en desagües y las selvas en desiertos, construyendo un mundo alucinante de mugre, robos y asesinatos. Y eso no lo hacen sólo los grandes. Nadie quiere decirle al país la verdad: que la libertad, la paz, la democracia, cuestan trabajo y sacrificio. No nos quejemos entonces.


Publicado: Viernes 03 de febrero de 2012 - 51 Año 2012

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