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Alimentos y crisis energética

Viernes 04 de mayo de 2012 - 64 Año 2012

Gerardo Honty

La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) alerta sobre la amenaza que implica la previsible escasez de petróleo para la alimentación de la población mundial y presenta una serie de medidas tendientes a mitigar los impactos de la crisis que se avecinaría. Los países más ricos, al depender más de combustibles fósiles, son los más vulnerables ante la crisis que se avecina, y son también los que desperdician más alimentos.

En su reporte “Energy-Smart Food for People and Climate” (Alimentos inteligentes a nivel energético para la gente y el clima), publicado a fines de 2011, se recuerdan aspectos conocidos: el papel creciente del petróleo y el gas natural como insumos de la producción agropecuaria que trajo aparejada la Revolución Verde ha hecho que los costos y precios de los alimentos estén cada vez más atados a los costos de los  hidrocarburos. Sumado a ello, el “pico” del petróleo convencional, alcanzado en el año 2006 según la Agencia Internacional de la Energía, pone en severo riesgo a toda la cadena alimentaria mundial.

En el reporte sobre alimentos y eficiencia energética se cita, por ejemplo, que la fabricación de nitrógeno para la fertilización química de los suelos consume la mitad de los combustibles fósiles que requiere la producción primaria de alimentos.

Sin embargo los mayores requerimientos de energía de la alimentación no están en la fase de producción -que consume apenas el veinte por ciento del total-, sino en las etapas de procesamiento y distribución. Aquí la FAO hace una distinción que merece la pena destacar: en la estructura de la cadena alimentaria distingue entre los países de alto y bajo ingreso per cápita. Entre los primeros (unos cincuenta países), el mayor consumo de energía está en las etapas de procesamiento y transporte -tres a cuatro veces más que la requerida para la producción-, mientras que en las naciones de menores ingresos (ciento setenta y seis casos), la mayor proporción se gasta en la cocción.

Esto hace más “vulnerables” a los países más ricos ante la ausencia de combustibles. En el caso de Estados Unidos, se indica que los alimentos que componen la dieta diaria de cada habitante recorren más de ocho mil kilómetros en promedio antes de llegar a su mesa. La desproporcionada cantidad de energía utilizada en el transporte hace que las relaciones de entradas / salidas energéticas sea de siete a uno. Es decir, para cada kilocaloría ingerida en la dieta estadounidense, se necesitan siete kilocalorías de insumos energéticos.

Pero no toda la comida producida se consume. En los países de altos ingresos se produce un cincuenta por ciento más de alimentos que los necesarios domésticamente, los cuales terminan “perdiéndose”. En Europa y América del Norte van a dar al tacho de basura cada año entre noventa y cinco y ciento quince kilos de comida por persona. La FAO estima que un treinta y ocho por ciento de toda la energía que se requiere para el abastecimiento global de alimentos se pierde junto con ellos.

Para el 2030 se espera que la demanda global de energía y agua aumente un cuarenta por ciento, y la de alimentos un cincuenta por ciento. Según este reporte de la FAO, los cambios de hábito de consumo en los países asiáticos con la incorporación de la carne vacuna en su dieta es uno de los factores que más inciden en estas proyecciones. Mientras que para obtener un kilo de pollo se necesita un kilo de cereales, para obtener un kilo de carne vacuna se requiere de ocho kilos de cereales.

También están ocurriendo cambios en la forma de producción. La rápida maquinización e industrialización de la agricultura en los países asiáticos (particularmente India y China) está modificando la matriz energética de la cadena de alimentos, asemejándola a la de los países de altos ingresos. Esto llevará a estos países a padecer las mismas amenazas que hoy aquejan a los países centrales ante la escasez o volatilidad de los precios del petróleo.

Las soluciones que ofrece el reporte de la FAO tampoco son novedosas. Entre otras, reducir el desperdicio de alimentos, consumir alimentos producidos localmente, incorporar la energía endógena de la producción agropecuaria (residuos, biogás, etc.) y aplicar prácticas agroecológicas.

Los países “en vías de desarrollo”, particularmente, deberían tomar nota de estas previsiones. Continuar alentando la agricultura industrial los está volviendo cada vez más dependientes de un recurso en declive y haciéndolos más inestables ante la inevitable subida de los precios de los hidrocarburos. Muchos de estos países aún tienen el conocimiento de las prácticas agrícolas previas a la revolución verde, las que sumadas a los nuevos conocimientos de las técnicas agroecológicas podrían reducir esta vulnerabilidad.

Claro que este enfoque implica necesariamente abandonar la vieja concepción de “progreso” que nuestras sociedades han abrazado con tanto fervor como su petrodependencia. (ALAI)

* Investigador en energía y cambio climático del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES).


Publicado: Viernes 04 de mayo de 2012 - 64 Año 2012

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