La Rusia que dice no
Viernes 18 de mayo de 2012 - 66 Año 2012
Héctor Béjar
Vladimir Putin ha asumido la jefatura del Estado de la Federación Rusa por segunda vez. Saturados por los medios norteamericanos es poco lo que sabemos sobre Rusia. Pero recordemos.
Primero: la Federación Rusa es el corazón eslavo de una multitud de naciones y nacionalidades que pueblan la inmensa Eurasia.
Segundo: Rusia desbarató a Napoleón I en el siglo XIX y venció a Guillermo II en todas las batallas iniciales de la Primera Guerra Mundial. Su ejército sólo fue abatido cuando tuvo que luchar en dos frentes, el oriental y el occidental. Pero se rehizo con los bolcheviques.
Tercero: ese ejército fue el que derrotó a los nazis, no los ingleses que resistían en su isla haciendo fintas en África y el Medio Oriente ni los norteamericanos que demoraron hasta el final la invasión aliada a Europa. La envenenada y mentirosa guerra fría dio otra versión. Nada de esto desmerece por supuesto el heroísmo de los ejércitos aliados.
Estos hechos están avalados por multitud de análisis históricos y geopolíticos. El Occidente capitalista ha tenido siempre la obsesión de acabar con Rusia, lo que casi consiguieron con la implosión del poder soviético en 1991, el remate de las empresas estatales y la corrupción promovida por Bush padre y Boris Yeltsin, auspiciada por el Banco Mundial y el FMI.
Pero ese fue el comienzo de otro capítulo. Vladimir Putin, como sucesor del impresentable Yeltsin y el inútil Gorbachov, significó la detención de ese proceso destructivo. Después de haber aceptado la demolición de Yugoslavia y Serbia, Rusia dijo no a la revolución naranja de Ucrania, la invasión de Georgia por la OTAN (fuerza armada del Tratado del Atlántico Norte) en 2008 y la entrega de Chechenia a los musulmanes aliados de Occidente. Después de haber soportado la masacre de Libia, Rusia ha dicho no a la invasión de Siria. Con los misiles de Estados Unidos en sus narices, quiere mantener el espacio de influencia que viene desde los zares y el comunismo.
¿Quiénes son los que dicen no?
El mundo de hoy es de los criminales, asesinos en masa, saqueadores de pueblos, territorios y estados, aquí y allá, en todas partes. Luke Harding, corresponsal de The Guardian en Moscú, describe la nueva clase que domina la Rusia post comunista en su libro Mafia State (Londres, Guardian Books, 2011). Una burguesía nacionalista se ha hecho de las reservas de gas y petróleo. Todos han tenido el carnet del partido. Han desplazado y perseguido a los multimillonarios pro occidentales.
Como esta burguesía estatal no tiene partido ni quiere tenerlo, usa algo más eficaz: el FSB (Servicio Federal de Seguridad) de la Federación Rusa, la ex KGB, ex NKVD, ex GPU, ex Okhrana, aristocracia secreta de doscientos noventa mil agentes que controla el país. Es complementada por el SVR (servicio de inteligencia exterior) y el MVD (División de Seguridad Interior), que tiene ciento noventa mil funcionarios. En total, casi medio millón de personas. Según Harding, el más grande país de espías del mundo, pero no son muchos si los comparamos con los agentes de los servicios norteamericanos complementados por los confidentes de la CIA y similares en el mundo.
Muy pocos rusos añoran los viejos tiempos, pero ya se enteraron de lo que el liberalismo significa. Quieren seguridad, paz, alimentos y consumo. Algo que sea propio, ruso, aunque no saben qué. Es el sesenta y cinco por ciento que votó por Vladimir Putin.
Putin, ex director del FSB, encabeza esa nueva clase social. Los siloviki tienen el proyecto de restaurar Rusia para salir del “humillante desastre y la más grande catástrofe geopolítica del siglo XX”. El triunfo de Putin en 2012 puede equivaler a la modernización de China en 1980 con otros criterios y proyecta esta restauración hasta el 2024.
Harding describe en su libro la mentalidad siloviki: sospechar de todo; convicción de que Rusia está rodeada de enemigos; creencia en que el Oeste y la OTAN quieren desestabilizar a Rusia; creencia en que los liberales son agentes del extranjero. ¡Y vaya si tienen razón!
A pesar de los lamentos y protestas occidentales, para América Latina es una buena noticia. El policentrismo favorece que nuestra América afirme su personalidad en este mundo peligroso.
Publicado: Viernes 18 de mayo de 2012 -
66 Año 2012
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