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El triángulo imposible

30 de agosto de 2013 - No. 129 - Año 2013

Roberto Bissio

Para evitar que la temperatura promedio del planeta suba más de dos grados centígrados y provoque efectos catastróficos en todas partes, es necesario reducir de inmediato y sustancialmente las emisiones de carbón a la atmósfera. Eso es lo que dice la ciencia. Pero al mismo tiempo, los economistas dicen que la economía tiene que crecer para lograr bienestar, desarrollo económico, eliminación de la pobreza. Desesperados ante esta contradicción, dos eminentes científicos de la Universidad de Manchester, Kevin Anderson y Alice Bows, publicaron un pronóstico pesimista en la prestigiosa revista Nature: “Si la apatía actual sobre las medidas de mitigación persiste, la temperatura global subirá cuatro grados centígrados y más”. Y por otro lado, agregan, “lo que es necesario hacer para contener el cambio climático es incompatible con el crecimiento económico a corto y mediano plazo (o sea entre diez y veinte años)”.

La revista The Broker expresa este mismo dilema en otros términos: “Si la economía global retoma los niveles de crecimiento previos a la crisis (que comenzó en 2008) para contener el aumento de temperatura en dos grados centígrados hacia el año 2040, lo que actualmente se produce y consume con cuarenta toneladas de carbón tendrá que hacerse con una sola tonelada”.

Las previsiones más optimistas, como las del ambientalista alemán Ernst von Weizsäcker en su libro Factor Cinco, pronostican una eficiencia cinco veces mayor en el uso de los recursos… cuarenta no parece imaginable y, por si esto fuera poco, todavía no sabemos qué impactos no deseados pueden causar las alternativas al carbón, tales como contaminación masiva por la energía nuclear o encarecimiento de los alimentos por destinar demasiadas tierras a los biocombustibles.

En su reciente informe a la Asamblea General de las Naciones Unidas, bajo el título de “Una vida de dignidad para todos”, el secretario general Ban Ki-moon propone “la integración del crecimiento económico, la justicia social y el manejo ambiental”. Este difícil triángulo debe resolverse en 2015, año en el que, por un lado, los gobiernos deben llegar a un nuevo acuerdo global sobre clima, cuyas bases serán establecidas en 2014 en Lima, en la 20ª Conferencia de las Partes (COP 20) de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, mientras que ese mismo año deben concluir las negociaciones sobre una nueva agenda de desarrollo que sustituya a los actuales Objetivos del Milenio.

Pero el crecimiento económico tal como lo conocemos no solo es incompatible con la reducción de emisiones de carbón, sino que tampoco se condice con la erradicación de la pobreza, sin la cual no hay justicia social posible. Entre 1990 y 2010, el ingreso promedio per cápita en el mundo se duplicó (y hoy supera los 10,000 dólares anuales). La pobreza, sin embargo, se redujo a un ritmo mucho más lento y fueron las élites las que usurparon la prosperidad. En palabras de Ban Ki-moon, “la desigualdad se ha profundizado”.

Y la desigualdad global es mucho peor que la del más desigual de los países. La “relación Palma”, que mide cuánto gana el diez por ciento más rico de la población con relación al cuarenta por ciento más pobre, llega a 7 en Sudáfrica, uno de los países más desiguales del mundo, que todavía arrastra los efectos del sistema de apartheid (segregación racial). Para el mundo en su conjunto esta relación es de 32.

Mientras que mil trescientos millones de personas viven con menos de 1,25 dólares por día, en el otro extremo hay mil quinientos individuos cuya fortuna supera los cinco billones de dólares.

En esta tragedia está, paradójicamente, la solución al triángulo aparentemente imposible que Ban Ki-moon propuso a los gobiernos.

La economía clásica da primacía al crecimiento y considera la distribución como un problema secundario, de importancia ética pero que solo afecta la economía cuando las desigualdades son tan grandes que generan alteraciones al orden público y, por lo tanto, a las inversiones.

Sin embargo, un dólar no es igual a otro dólar. Un dólar más de ingreso diario es irrelevante para los mil quinientos billonarios, pero significa un cambio fundamental para un campesino sin tierra. El valor real del ingreso adicional (o sea del crecimiento) depende de quién lo recibe. En términos de bienestar humano, la distribución equitativa es mucho más eficiente para aumentar el bienestar que el crecimiento promedial mal distribuido. El análisis de The Broker concluye que “la eficiencia distributiva puede ser más importante que la eficiencia productiva”.

Así, aceptando que un dólar no es igual a otro dólar, porque no son iguales quienes lo reciben, podemos concebir un crecimiento donde realmente importa, en los sectores desfavorecidos, multiplicando el factor cinco de eficiencia en el uso de los recursos por un factor similar en la distribución para llegar al mismo tiempo a la justicia social y la protección de la vida en el planeta.

El triángulo no es imposible de resolver, pero atar sus tres puntas requerirá mucho coraje y voluntad política.


Publicado: 30 de agosto de 2013 - No. 129 - Año 2013

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