El enfoque internacional se disipa y reaparece el nacional
15 de julio de 2016 - No. 268 - Año 2016
Roberto Savio
Una señal de los tiempos actuales es que Alemania organiza una revuelta contra el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, a quien la canciller (jefa de gobierno) alemana Angela Merkel impuso en 2014, tras una fuerte confrontación con David Cameron, entonces poderoso primer ministro británico.
Además, el grupo de Visegrád, formado por Polonia, Hungría, Eslovaquia y República Checa, que resurgió de las cenizas para oponerse a Bruselas, sede de la Comisión Europea, solicitó que este órgano volviera a quedar bajo la autoridad de los estados miembros de la Unión Europea (UE).
Cuando Merkel organizó una reunión de los seis países fundadores de la UE en Berlín, invitó a Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, pero no a Juncker. Y fue el ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schäuble, quien lanzó la propuesta: “Es hora de que Bruselas vuelva a estar bajo el control de los estados”.
Es curioso que el debate sobre el brexit ignore completamente la paulatina iniciativa de terminar con el carácter supranacional de la UE. Lo que está en proceso es, de hecho, algo de extrema importancia: el fin del internacionalismo y el regreso al ámbito de lo nacional, uno de los frutos de la globalización… y Japón, China y Rusia están en la cúspide del nacionalismo.
La globalización no es un concepto neutral. La globalización que se impuso tras la caída del Mundo de Berlín (1989) fue una camisa de fuerza tan fuerte como las ideologías acusadas de propiciar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y los 50 años de Guerra Fría.
Esa globalización presentó al mercado como la única base de la sociedad, con la eliminación de las barreras nacionales para la libre circulación de capitales y el comercio, y rechazó por obsoletos los valores de justicia social, instituciones sociales (como el bienestar), y el Estado pasó a verse como un impedimento y un problema, y no como una solución.
Los nuevos valores fueron, por ejemplo, el éxito individual por encima de los valores comunitarios. Ronald Reagan y Margaret Thatcher cambiaron el rumbo del mundo. La primera ministra británica (1979-1990) dijo: “no existe la sociedad, solo hay individuos”. Por su parte, el presidente estadounidense (1981-1989) originalmente quería eliminar el Ministerio de Educación.
Ahora, los periodistas descubren que el brexit y (el precandidato republicano estadounidense) Donald Trump son el resultado de la revuelta de las víctimas de esa globalización. Es importante señalar que estas suelen inclinarse hacia la derecha, salvo pocas excepciones como Podemos, en España, o el (precandidato demócrata) Bernie Sanders, en Estados Unidos.
Sanders denuncia que “en los últimos 15 años, casi 60.000 fábricas y más de 4,8 millones de puestos de trabajo obrero bien remunerados desaparecieron por los desastrosos acuerdos comerciales que alentaron a las corporaciones a desplazarse a países con bajos salarios”. Incluso arremetió contra un tabú que no discuten ni las élites ni los principales economistas: el libre comercio es un motor del crecimiento y las estadísticas lo comprueban.
El problema, prosigue Sanders, “es que el trabajador promedio gana 726 dólares menos que en 1973, y la trabajadora promedio 1.154 dólares menos que en 2007. Y casi 47 millones de estadounidenses son pobres. Mientras, la décima parte del uno por ciento de los estadounidenses más ricos gana tanto como 90 por ciento de los más pobres. Las 62 personas más ricas del planeta concentran tanta riqueza como la mitad más pobre de la población, unos 3.600 millones de personas”.
Sanders nos plantea un dilema: “el cambio provendrá de la demagogia, del fanatismo y de sentimientos contra los inmigrantes, la xenofobia y el populismo, a menos que el nuevo presidente estadounidense apoye de forma contundente la cooperación internacional, que acerca a los pueblos del mundo, reduce el hipernacionalismo y disminuye las posibilidades de guerra y, por encima de todo, que protegerá a las y los trabajadores, y no solo a la élite”.
El problema no es que la globalización fomente el crecimiento, sino que el Estado dejó un mercado sin regulación y sin redistribución. ¿Por qué votarían por la sabiduría convencional del sistema quienes quedaron al margen, cuando son las víctimas?
El motor del crecimiento fue la codicia. El temor que evoca Sanders está bien instalado en Europa. Las migraciones lo alimentan, en medio de temores de diversa índole, desde el terrorismo hasta el cambio climático, y desde la mala alimentación hasta el deterioro de los servicios sociales. Es fácil avanzar con miedo y resentimiento, y Europa lo sabe bien, ocurrió en los años de la década de 1930, y Hitler dejó un continente destruido.
Una serie de referendos precipitan ahora la desaparición de la democracia.
En la consulta popular por el brexit votó 70 por ciento de las personas habilitadas, es decir que 36 por ciento representó a la mayoría, uno de cada tres ciudadanos.
Según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, hay 32 referendos convocados en 18 países de la UE y hay 47 partidos políticos que comparten visiones antieuropeas. En uno de cada tres de los 28 miembros del bloque, esas agrupaciones integran las coaliciones de gobierno y su posible salida es una presión que ha obligado a los partidos tradicionales a adoptar algunas de sus posiciones.
Las consultas populares se asemejan a un veto. La UE deberá afrontar un duro desafío con ese proceso de “vetocracia”, cuya víctima también será la idea de internacionalismo.
La idea detrás del internacionalismo, y más exactamente del derecho internacional, se basa en la aceptación del principio y de los valores bajo los cuales la ciudadanía se siente parte de una comunidad y participa. Es sobre esa base que las entidades nacionales accedieron a ceder parte de su soberanía. Sienten que se expande el consenso nacional sobre los tratados y los acuerdos, que proyectan sus visiones e intereses en un mundo de cooperación internacional.
El derecho internacional y la cooperación fueron las nuevas ideas que emergieron de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. La Organización de las Naciones Unidas fue el instrumento sin precedentes para lograr la cooperación y la paz duradera. Poco después, apareció la idea de la UE, como entidad supranacional, y no solo como una organización intergubernamental, como es la ONU.
Fue al amparo de foro mundial que pudieron ponerse bajo cierto control los peligros de la Guerra Fría y que se dirigió el proceso de descolonización. La ONU fue el marco para las relaciones Norte-Sur, e hizo del desarrollo, su filosofía, compartiendo el derecho internacional como instrumento para el diálogo, y la justicia social, la participación y la democracia, sobre la base del diálogo y de la cooperación, para convertir a la paz duradera y al desarrollo humano en los nuevos logros de la humanidad.
Todo anduvo bien hasta 1981, en la Cumbre de Cancún, cuando Reagan y Thatcher reflotaron la idea de que la democracia universal era una injusta ilusión. El entonces presidente estadounidense preguntó a los otros jefes de Estado reunidos para debatir cómo promover la cooperación, por qué su país debía tener los mismos derechos que San Marino; y propuso regresar a una política en la cual los países pudieran defender sus intereses sin estar atados por acuerdos y principios generales.
Desde entonces, la ONU perdió su primacía. Las grandes potencias retiraron el comercio, uno de los dos motores de la globalización; el otro, las finanzas, nunca estuvo en Nueva York, sino en Washington. El foro mundial se quedó solo con las cuestiones sociales, cada vez más irrelevantes. Y cuando el secretario general Boutros Boutros Ghali (1992-1996) trató de recuperar algo de poder para la secretaría, Estados Unidos vetó su reelección.
El mismo mecanismo que ahora ocurre con Juncker, Boutros Ghali se convirtió en el chivo expiatorio del entonces presidente estadounidense Bill Clinton (1993-2001), en plena campaña electoral. La ONU organizó la invasión a Somalia para instalar la paz y llevar alimentos a pedido de Estados Unidos, bajo su conducción y su control.
Pero la invasión fracasó, con soldados estadounidenses muertos y arrastrados por las calles por una multitud negra. De inmediato, se responsabilizó a Boutros Ghali, y Estados Unidos quedó como la víctima de la ONU. Ahora Juncker aparece como el responsable del brexit, señalado por Alemania, cuya política fiscal y su imposición de medidas de austeridad desencantó a muchas de las personas que ahora eligieron irse de Europa.
El mundo postideologías, que acompañó a la globalización, transformó a los partidos políticos en máquinas de opinión pública, dirigidos para resolver problemas administrativos.
La ciudadanía deserta de instituciones sin visión, donde los dirigentes políticos parecen más interesados en perpetuarse en el cargo, y las herramientas de mercadeo y las encuestas sustituyeron al diálogo entre los ciudadanos. Los valores desaparecieron del debate político. Los asuntos globales convirtieron a los parlamentos en asambleas cada vez más irrelevantes.
No hubo respuesta global en materia de finanzas, con cuatro billones de dólares en paraísos fiscales, sin un órgano mundial de regulación y moviendo 40 veces más dinero que la economía real de producción y servicios. Una respuesta excepcional fue la que se dio al cambio climático, una verdadera amenaza para la supervivencia de la humanidad, pero claramente insuficiente.
Los partidos tradicionales han tratado de frenar su declive adoptando las banderas de los nuevos partidos. El mejor ejemplo es Austria, donde las dos agrupaciones tradicionales cambiaron sus posiciones en materia de inmigración con el argumento de que no le dejarían esa consigna al populismo. El resultado fue la legitimación de la xenofobia. La extrema derecha perdió en el último referendo por 36.000 votos, y puede ser que en la nueva consulta popular para las presidenciales, que se volvió a convocar por irregularidades, obtenga su victoria.
Debe quedar claro que en todos estos años se llevó adelante un juego irresponsable. Cuando las cosas salían mal, era culpa de la UE, cuando salían bien, era gracias a las políticas nacionales.
Pero como cualquier persona informada sabe, es el Consejo Europeo, donde están representados los estados miembro, el que toma las decisiones sobre estrategias y políticas. La Comisión Europea es básicamente el ejecutivo; solo el Banco Central Europeo, con gran pesar de Alemania, y el Tribunal de Justicia de la UE, de la que Cameron había anunciado que su país quería retirarse aun antes del brexit, tienen cierto poder supranacional. Todos los esfuerzos de los países se concentraron en recuperar la mayor soberanía posible. Y ahora estamos obligados a escribir una defensa de Juncker; si se va será por las razones equivocadas.
De todos modos, después de él, aparecerá otro hombre débil como ya pasó.
En la ONU, la principal candidata para ocupar la secretaría general es Irina Bokova, la directora general saliente de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), mucho menos impresionante que las otras mujeres en carrera.
Entonces, para ver el momento en el que estamos con el deterioro del internacionalismo, ¿Estados Unidos se comprometería a financiar 25 por ciento del presupuesto regular de la ONU, como hizo al momento de su creación? ¿Se aprobaría la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
Y finalmente, ¿sería posible suscribir el Tratado de Roma, de 1947, cuando se aprobó de forma unánime la visión de una Europa unida? Los gobiernos tendrían dificultades para responder, imaginemos los pueblos.
Roberto Savio, periodista italo-argentino cofundador y ex director general de Inter Press Service (IPS). En los últimos años fundó Other News, un servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”.
Publicado: 15 de julio de 2016 -
No. 268 - Año 2016
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