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Poco cambio real

Viernes 13 de agosto de 2010 - Agenda Global - Nº 162

Roberto Bissio

El Fondo Monetario Internacional (FMI) no es sólo el gran prestamista de última instancia al que acuden los gobiernos en emergencia financiera, sino que además es el gran vigilante encargado de disciplinar a los países miembros para evitar nuevas crisis y su contagio sobre los vecinos.

Esta vigilancia no fue capaz de evitar la caída de Wall Street a fines de 2008 y la consiguiente crisis de la economía global, ya que el FMI no tiene dientes capaces de sujetar a las economías más poderosas, pero para el resto de los ministros de Finanzas del planeta, como en la canción mexicana, “su palabra es la ley”.

No es de extrañar entonces que los analistas sigan con atención cada gesto y cada publicación para tratar de detectar hacia dónde soplarán los vientos. En febrero de este año causó revuelo la publicación de un informe firmado por el economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, titulado “Repensar la política macroeconómica”, en el que se enunció un apartamiento dramático de la ortodoxia, al sugerir a los bancos centrales de los países ricos que aceptaran una meta de inflación del cuatro por ciento anual, en lugar del dos por ciento hasta ahora tenido como norma. Al admitir una tasa de inflación más alta en tiempos normales, los países tendrían más espacio para rebajar las tasas de interés en momentos de recesión.

En cambio, durante 2009 muchos gobiernos se encontraron con tasas de interés muy bajas, tanto que con llevarlas casi a cero no lograron mucho estímulo adicional para sus economías.

En ese mismo documento, el principal economista del FMI argumentaba, también en contra de la ortodoxia, que los gobiernos podrían fijarse metas para el tipo de cambio de sus monedas para evitar movimientos bruscos: “Las grandes fluctuaciones en los tipos de cambio, debidas a movimientos rápidos en los flujos de capital (como hemos visto durante esta crisis) u otros factores,  pueden crear perturbaciones en la actividad económica. Una gran apreciación de la moneda puede asfixiar al comercio exterior, al que le resultará difícil volver a crecer cuando disminuya la tasa de cambio”.

Esto estaba dicho en un contexto en el que se analizaba cómo los bancos centrales, al combatir la inflación, en los hechos recurren a estas prácticas de intervención en los tipos de cambio. En el caso de “pequeñas economías abiertas”, el objetivo sería “además” el de contener las variaciones bruscas de la moneda.

Apenas tres años atrás, el FMI había cambiado su política de supervisión tradicional para hacer aun más difícil toda intervención gubernamental en la fijación de tipos de cambio, condenando incluso el anuncio de cuál sería a juicio de las autoridades el tipo de cambio deseable. La afirmación de Blanchard resultaba, entonces, cuasi revolucionaria, aun cuando la legitimidad de estas intervenciones se redujera a algunos pocos países pequeños y a pesar de que el documento innovador fue publicado como una reflexión personal “que no representa la opinión de la institución”.

Sin embargo, las esperanzas duraron poco. En mayo el FMI publicó un nuevo documento, titulado “Lecciones de la crisis para los bancos centrales”, en el cual se vuelve a la ortodoxia afirmando que la principal responsabilidad de la política monetaria es “asegurar la estabilidad de los precios” y definiendo a ésta como “una tasa promedio de inflación que típicamente ronda el dos por ciento”. La intervención sobre los tipos de cambio queda ahora relegada a una nota al pie reconociendo que “la estabilidad cambiaria es uno de los objetivos que los bancos centrales toman en consideración”. Y este documento sí ha sido avalado oficialmente y presentado para su discusión a la Junta de la institución financiera.

Aldo Caliari, analista del thinktank católico Center of Concern de Washington, sostiene que “esta posición deja al FMI muy atrás en relación al creciente apoyo al manejo de tipo de cambio, en particular para los países que dependen del comercio exterior”.

Caliari cita un estudio de Roberto Frenkel y Martín Rapetti sobre la experiencia latinoamericana, según el cual “probablemente, la conclusión más importante que puede extraerse de nuestro análisis es que el nivel del tipo de cambio real ha tenido una influencia significativa en el desempeño macroeconómico de los países latinoamericanos. En particular, las experiencias revisadas indican que un tipo de cambio real excesivamente apreciado puede conducir a desastrosos resultados que afectan el crecimiento a corto y mediano plazo”.

Como los gobiernos se ven restringidos por los tratados de comercio y de inversión en la implementación de políticas de promoción industrial, el manejo del tipo de cambio sigue siendo uno de los pocos instrumentos que pueden emplear para diversificar el perfil comercial y depender menos de las exportaciones de materias primas, recuerda Caliari.

El prestigioso economista de la Universidad de Harvard Dani Rodrik ha llegado a afirmar que “una creíble y sostenida devaluación real del tipo de cambio puede constituir la política industrial más eficaz que existe”.

La idea de influir sobre los precios relativos para promover el desarrollo de sectores no tradicionales de exportación es apoyada por otro economista muy escuchado en Washington, Barry Eichengreen, quien dijo en un seminario celebrado recientemente en el Banco Mundial: “Los gobiernos no son capaces de identificar las industrias y actividades específicas a las que dirigir subsidios, pero no está más allá de su capacidad el identificar el tipo de relaciones entre los diferentes sectores como las manufacturas, la agricultura y los servicios y tratar de influir sobre las políticas y los precios relativos para obtener el equilibrio adecuado entre amplios sectores”.

“La crisis financiera”, concluye Caliari, “ha puesto de manifiesto que la necesidad de diversificar la base exportadora es especialmente urgente para los países en desarrollo. A estos países la crisis los afecta no por el lado de sus sectores financieros, que eran relativamente fuertes, sino como resultado de los shock comerciales desatados. Los instrumentos de política macroeconómica, tales como la gestión del tipo de cambio, se vuelven críticos. Pero su uso requiere de los bancos centrales romper con la ‘sabiduría convencional’. La falta de un debate público de los resultados de las nuevas investigaciones en el FMI no ayuda a cimentar esta necesaria nueva sabiduría”.


Publicado: Viernes 13 de agosto de 2010 - Agenda Global - Nº 162

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