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Los que deciden

5 de diciembre de 2014 - No. 192 - Año 2014

Héctor Béjar

En 1945, las naciones vencedoras se unieron para lograr la paz perpetua. Era la propuesta de Kant que venía desde el siglo XVIII. Pero en realidad, se trataba una ironía del filósofo de Koenisberg. La paz perpetua es la de los cementerios. Lo endiablado y maligno de la raza humana reside en esa paradoja.

Gran parte de las ideas de Kant, como la del desarrollo humano por ejemplo, fueron tomadas por las Naciones Unidas, pero su proyecto inicial fue convirtiéndose en una mala repetición de la Liga de las Naciones, aquella que fracasó en 1914.

Terminada la segunda conflagración 1939–1945, John Maynard Keynes murió. Murieron Roosevelt, Beveridge, los monopolios le cerraron el paso a Henry Wallace (debía ser el heredero de Roosevelt). El proyecto murió. Quedaron Truman, Mac Carthy, Nixon, Kissinger, Von Hayek, Friedman. Ellos diseñaron el mundo que vivimos dominado por los señores de la guerra.

Aun así, Go Brundtland creó la comisión que dio paso al Club de Roma en los años setenta. Advirtió al mundo que el crecimiento tiene un límite.

Hace tiempo que pasamos ese límite. Se produjo entonces una competencia global. Mientras de un lado se propiciaba la Organización Mundial del Comercio, del otro los científicos e intelectuales promovieron la Cumbre de la Tierra que aprobó el concepto de desarrollo sostenible en 1992 y propuso la firma del Protocolo de Kioto.

Grandes intereses se opusieron al Protocolo entre 1992 y el 2014. En esos veinte años el mundo ha envejecido. El cinismo de la tecnocracia y el desprestigio de los políticos son mayores. Ellos dan por hecho que la pobreza está disminuyendo y las clases medias aumentando. Y que los países crecen, a pesar de la crisis asiática, mexicana y la gran crisis inmobiliaria del 2008.

En el proceso de evolución de las Naciones Unidas, pasado el momento auroral, se abrió la guerra fría y una difícil coexistencia entre dos bloques mientras surgía un tercero: el Grupo de los 77 y China (que si bien actualmente cuenta con 133 miembros, conserva el nombre original debido a su significado histórico).

Desaparecido el bloque socialista, quedaron en la Asamblea General de las Naciones Unidas Estados Unidos, Japón, los países escandinavos, la Santa Sede (que solo tiene carácter de observadora) y el Grupo de los 77 y China.

En los noventa, cuando el neoliberalismo hegemonizaba el mundo, las redes no gubernamentales lograron ampliar los derechos humanos. Fueron consagrados entonces el derecho al desarrollo, a la igualdad de género, los derechos de los niños y el derecho a la salud reproductiva. Las redes de mujeres, de pueblos originarios, de ambientalistas y otras lograron hacerse oír y entrar al menos a las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas como miembros de las delegaciones oficiales o directamente con sus voceros, aunque sea solo con derecho a voz. Los avances teóricos fueron muchos, las realidades pocas.

Pero vino setiembre del 2000, las Torres Gemelas, las guerras de Irak y Afganistán, y las Naciones Unidas, de nuevo, fueron uncidas al carro de guerra de las potencias. Las puertas volvieron a cerrarse a la ciudadanía mundial.

Estas semanas en Lima, el Pentagonito ha sido convertido en una fortaleza a donde la democracia no puede entrar. La conferencia paralela y alternativa ha sido instalada en un parque a kilómetros de distancia de la conferencia oficial, no tiene la menor posibilidad de influir.

Pero tampoco los del Pentagonito deciden. Ni el G-20 y el G-8. Es el G-2: Estados Unidos y China. Y para eso no precisan venir hasta Lima.

Estados Unidos recortará para el año 2030 sus emisiones entre un veintiséis y un veintiocho por ciento con respecto a los niveles del 2005, China se compromete a ponerle un tope al nivel máximo de sus emisiones para esa fecha o antes y a aumentar a un veinte por ciento la proporción de energías limpias en su consumo total de energía para el 2030.

Las dos potencias suman cerca del cuarenta por ciento del total de emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global. ¿Será posible un acuerdo mundial contra el cambio climático para el 2020 en París el año próximo? La incógnita se mantiene.

Héctor Béjar
www.hectorbejar.com


Publicado: 5 de diciembre de 2014 - No. 192 - Año 2014

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