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Santa alianza

12 de julio de 2013 - No. 122 - Año 2013

Héctor Béjar

Cuando los revolucionarios franceses acabaron con el absolutismo en 1789, cuando los haitianos instalaron la primera república negra aboliendo la esclavitud en 1804 (había sido suprimida antes, en 1780, por Túpac Amaru II en el Perú), cuando los criollos consiguieron su independencia de España (aunque los indios y los negros siguieron siendo siervos y esclavos), cuando Napoleón arrasó las medievales aristocracias europeas para crear abolengos burgueses, los Habsburgo, Borbones, Hohenzollern y otros formaron la Santa Alianza para restaurar el absolutismo, cosa que consiguieron temporalmente y a medias. Desde entonces, regresar a los tiempos anteriores a 1789 y restablecer la esclavitud no ha dejado de ser la permanente aspiración de los reyes, duques, príncipes y archiduques del capital que presumen de modernos y liberales. También lo están consiguiendo: allí están para demostrarlo las maquilas, el trabajo “flexible”, la anulación de derechos, la destrucción de la seguridad social, las pensiones menguadas a las que echan la culpa de la crisis que ellos crearon.

Han pasado más de doscientos años, dos matanzas mundiales, muchas guerras de liberación, ha sido derramada sangre en abundancia y se ha pronunciado hermosos discursos en nombre de la humanidad; y hoy tenemos una desempolvada Santa Alianza, multitudes protestando y masas alienadas o indiferentes. El comando ya no está en Viena sino en Washington y los socios—títeres son los Rajoy, Hollande y similares. Los fouchés contemporáneos reproducen con renovadas tecnologías las actividades del histórico jefe de policía de Luis XVIII para espiar, estigmatizar, perseguir o asesinar a cualquiera que consideren peligroso para el imperio. Ironía de la historia: la novela 1984 escrita por George Orwell para ridiculizar al colectivismo soviético sirve para describir al totalitarismo capitalista de los Bush y los Obama, que llama paz a la guerra y libertad a la opresión del dinero.

En un mundo así diseñado, la torpeza de la CIA que, guiada por una información falsa, ordena a los gobiernos europeos negar el espacio aéreo al jefe de Estado de un pequeño país en la obsesiva persecución de un joven desarmado de treinta años, es apenas el detalle de una comedia hilarante por lo estúpida. Pero los actores de la farsa manejan el capital mundial y están sentados encima de montañas de misiles y armas atómicas. Con todo ese poder, tiemblan ante la posibilidad de que sus secretos sean descubiertos: redes de espionaje, prisiones escondidas, escuelas de torturadores, vigilancia enfermiza sobre el gran rebaño humano. Julian Assange y Edward Snowden no están al servicio de una potencia para vigilar a la otra. Solo han levantado el telón para que la ciudadanía (minoría del rebaño) se entere. Ahora los dueños del secreto quieren escarmientos para que nadie más se atreva. La maquinaria del imperio quiere exhibir a Snowden encadenado antes de condenarlo a la silla eléctrica o a la inyección letal. Los asesinatos de la Operación Cóndor, las torturas de la dictadura griega o brasileña de los setenta, no tenían solo la intención de eliminar enemigos sino de asustar, cuando los asustados ahora son realmente ellos, los dueños del capital, de las bombas y los secretos.

Es el poder mundial de hoy. El imperio. Y como todo imperio, éste tiene cortesanos, cocheros, lacayos, esquiroles, sicarios, espías y servidores.

Entre los jefes de Estado, los políticos, los periodistas, los intelectuales premiados por el sistema cunde el temor o se impone el viejo hábito de servir que engrasa las columnas vertebrales, obstruye los cerebros y carcome las conciencias. Algunos tartamudearon tímidas protestas formales para quedar bien sin despertar las iras de los grandes. La actitud digna de los presidentes de Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua (Venezuela y Nicaragua han ofrecido asilo a Snowden), Uruguay y Argentina es, por eso, un hecho notable en este mundo orwelliano del temor y la mentira.

Héctor Béjar
www.hectorbejar.com


Publicado: 12 de julio de 2013 - No. 122 - Año 2013

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